Tensión entre refugiados y población local en un pueblo libanés
ARSAL, Líbano — El alcalde estaba cansado. Cansado de irse a dormir a las 3 a.m. y despertar a las 6 a.m.. Cansado de una forma que no se puede evitar tras años de que el Estado Islámico esté de posesionario en tu pueblo, asesinando a tus ciudadanos y forzando a una cuarentena militar.
Cansado de que los refugiados sirios se vuelvan tan numerosos que, de hecho, eclipsan a tus ciudadanos —y de que tus ciudadanos se harten tanto de los refugiados que hablan entre dientes sobre recuperar el pueblo a la fuerza.
Todo esto recaía en el alcalde de Arsal, Líbano: retenes qué negociar, refugiados qué manejar y habitantes qué apaciguar.
“Por las noches, vuelvo a casa y escucho los problemas de la gente nuevamente”, dijo Bassil Hujeiri, el alcalde.
El alcalde tiene motivos para creer que el calvario de su pueblo al fin estaba a punto de terminar. Por su parte, los refugiados seguían viviendo una pesadilla.
Siete años de guerra en Siria han desplazado a más de la mitad de la población del país, dejando a millones de refugiados varados entre la desolación en casa y el vacío del exilio. Entre los muchos poblados libaneses y jordanos que los recibieron se contaba Arsal, donde, en cierto momento, cuartos rentados y campamentos de tiendas de campaña rebosaban con 120.000 sirios —cuatro veces la población libanesa.
Líbano ha dado refugio a tantos sirios —más de un millón— que ahora componen una cuarta parte de la población del país.
Pero con el gobierno sirio aproximándose a la victoria, el presidente Bashar al-Assad declarando que el país es nuevamente seguro para los sirios y sus reacios anfitriones libaneses presionándolos a marcharse, los refugiados sirios ahora están empezando a emprender el difícil camino a casa.
En el curso del último mes, han cruzado la frontera convoyes transportando a casi 2.000 sirios, devolviendo familias a los hogares que habían abandonado hace años —aunque pocos sabían si esos hogares habían sobrevivido a las bombas y los proyectiles.
Sin embargo, muchos podrían estar varados en Líbano. Miles de sirios en Arsal han solicitado regresar, sólo para ser rechazados por el gobierno de Assad. Muchos más dicen creer que si Assad permanece en el poder, el resultado tácitamente aceptado por las potencias mundiales que negocian el futuro de Siria, lo único que los espera son arrestos, tortura, muerte o servicio militar forzado.
“Aquí soy un refugiado”, dijo un ex soldado quien pidió ser identificado por su nombre de guerra, Abu Fares. “En Siria, soy un traidor”.
No obstante, todos los refugiados que salían de Arsal habían decidido que ir a casa era preferible a una tienda de campaña sin futuro.
Al salir el alcalde de su oficina, un grupo de dueños de negocios libaneses se abalanzaron sobre él. Querían saber qué planeaba hacer respecto a los comerciantes sirios que, aseguraron, estaban vendiendo a precios más bajos y llevándolos a la quiebra.
“¿Qué tal si llevamos 50 hombres y nos presentamos en una tienda siria?”, dijo un hombre. “Entonces tendrían que cerrar”.
“Tenemos muchos planes en curso”, interrumpió el alcalde. “Simplemente, toma tiempo”.
Más tarde agregó: “tienen razón, pero la gente dolida a veces exagera. Los sirios también son seres humanos. Quieren vivir. Tienen hijos. Pero no puedo defender a los sirios frente a ellos”.
Los sirios y los arsalíes pueden coincidir en esto: es hora de marcharse. Muchos sirios tienen poco trabajo. Están hartos de vivir en tiendas de campaña.