El autor abre la cita con una reflexión sobre los dilemas de nuestro tiempo: “La globalización ha llegado sin libro de instrucciones”
Maaluf (Beirut, 1949) pasó su juventud soñando con que su país, el Líbano, superase algún día la “calamidad” del comunitarismo, de la cerrazón identitaria en un complejo crisol de etnias y religiones, para convertirse en una “nación normal”. “La sorpresa que me reservaba la Historia es que ha sido justo a la inversa. En vez de ver al Líbano librarse del comunitarismo, he visto cómo se desarrollaba en todo el mundo”, lamentó el escritor en una conversación literaria con el escritor y periodista del diario EL PAÍS Jesús Ruiz Mantilla, celebrada ayer en la jornada inaugural de la Feria del Libro.
Maalouf, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2010, cree que el “problema de la identidad va a ocupar todo el siglo XXI”. “Ahora mismo todo el mundo se siente amenazado, con necesidad de defenderse. Incluso las sociedades más avanzadas temen verse invadidas y los vencidos de la Historia tienen la impresión de estar marginados (…) Cuando paso por un momento de optimismo pienso que algún día vamos a superar esos problemas de identidad. Cuando me invade el pesimismo, pienso que ese día está lejos”.
En esta fase en la que “aún desconocemos las reglas del juego de las relaciones entre pueblos e identidades”, quienes “recurren al lenguaje del reto identitario son escuchados”. “La nueva tecnología y la evolución de mundo, lo que llamamos la globalización, nos ha empujado a todos a la aldea global, pero la globalización ha llegado sin libro de instrucciones”, señaló en el acto, titulado Un sillón que mira al mundo y organizado por la Feria, que tiene a Francia como país invitado, y por Alianza Editorial, con motivo de su 50 aniversario.
Maalouf ha explorado en profundidad en su obra la cultura mediterránea. También la dualidad de haber crecido en el mundo árabe y vivir en Europa, un enfrentamiento interno que explora en su obra Identidades asesinas (Alianza, 1999). O su condición de minoría allá donde esté: cristiano en Líbano —país de mayoría musulmana— y árabe en Europa. Su visión de la senda que ha tomado el mundo es gris, pero no desesperanzada: “Me inquieta el mundo en el que van a vivir mis nietos. Tengo la sensación de que la vida que tuve es más simple y más feliz que la que tendrán ellos. Ojalá me equivoque”.
Ante las identidades de trincheras y los discursos que separan, Maalouf ofrece tres dosis de medicina: “Pensamiento, cultura y literatura”. “Estamos en una situación paradójica. Tenemos el sentimiento de que el mundo podría ir en la dirección que quisiera, pero no vamos hacia ningún lado porque no sabemos hacia dónde ir. Estamos al volante de la maquina más sofisticada jamás construida pero no sabemos cuál es el camino”, resume.
El autor de León el africano vive en Francia desde 1976 y escribe en la lengua de su país de adopción. Desde 2011 es miembro de la Academia Francesa, en el sillón que ocupó previamente Claude Lévi-Strauss. Precisamente su última obra, Un sillón que mira al Sena (Alianza) es una suerte de homenaje a sus 18 predecesores, como Claude Bernard, Ernest Renan, o Henry de Montherlant.