Mientras Hezbolá siga librando combates en Siria, el Gobierno israelí sabe que solo pueden llevar a otra guerra de palabras
El mensaje del líder espiritual de Hezbolá, Hasán Nasralá, en el décimo aniversario de la última guerra en Líbano ha sido recibido con silencio oficial en Israel. En pleno ayuno del Tisha b’Av—que conmemora las sucesivas destrucciones del templo de Jerusalén y otros desastres en la historia judía—, tan solo el que fuera ministro de Defensa durante el conflicto, Amir Peretz, parece haber plantado cara al jefe de filas del partido-milicia chií. Le acusa de “seguir escondido en su búnker 10 años después” mientras los niños del norte de Galilea juegan en las calles sin miedo. Es cierto, aunque la mayoría de las casas del norte de Israel cuentan ahora con refugios antibombardeo a los que dirigirse en cuanto suenan las sirenas de alarma por el lanzamiento de cohetes desde Líbano.
Después de 34 días de enfrentamientos que concluyeron el 14 de agosto de 2006, el conflicto se saldó con la muerte de 156 israelíes y de entre 700 y 1.100 libaneses, según los distintos recuentos de las bajas causadas por las acciones militares del Estado judío. La resolución 1701 del Consejo de Seguridad puso fin a la llamada II Guerra de Líbano con un reforzado despliegue de fuerzas de interposición de la ONU, en el que participa España desde entonces con unos 600 soldados. Desde hace más de cinco años, la guerra civil en Siria concentra la atención de Hezbolá en apoyo, junto con Irán, del régimen aliado de base chií del presidente Bachar el Asad.
Nasralá se ha jactado de que “no hay ningún lugar de Israel que no esté en el punto de mira de Hezbolá”, esto es, en el radio máximo de sus proyectiles. El Estado Mayor de las Fuerzas Armadas israelíes admite hace tiempo que la guerrilla chií libanesa puede contar con un arsenal de unos 100.000 cohetes de distinto alcance, que pueden impactar sobre regiones del norte y el centro del país. Desde hace una década, Israel ha venido desarrollando con ayuda militar estadounidense un sistema antimisiles, como el denominado Cúpula de Hierro, experimentado en la guerra contra los cohetes lanzados por Hamás en la franja de Gaza en 2014.
“Nuestra milicia es mucho más fuerte y está mejor preparada que hace 10 años”, dijo el líder espiritual chií libanés en su mensaje en vídeo a miles de seguidores reunidos cerca de la frontera con el Estado hebreo. Los analistas militares no le desmienten. Llevan ya tiempo alertando de que Hezbolá ya no es una simple guerrilla y de que, después de haberse ejercitado en acciones con apoyo de la aviación de Siria y con información de inteligencia proporcionada de los satélites del Ejército de Rusia, representa un serio desafío para las Fuerzas Armadas israelíes.
Pero mientras Hezbolá siga librando encarnizados combates en Alepo y otras zonas de Siria, Israel sabe también que las proclamas de Hezbolá, como las dirigidas para consumo de su público en el décimo aniversario de una confrontación sin clara victoria, solo pueden llevar a otra guerra de palabras.