El sábado 4 de noviembre, el Primer Ministro libanés, Saad Hariri, asombraba al mundo anunciando su renuncia al cargo a través de una transmisión televisiva realizada desde Riad, la capital de Arabia Saudita. Según dijo, había viajado allí el día viernes para mantener reuniones de trabajo.
La decisión tomó a todos por sorpresa, incluso a los miembros de su partido, el Movimiento del Futuro (MDF). Nada hacía suponer esta decisión: Hariri, próximo a cumplir su primer año de gestión, estaba manteniendo una activa agenda internacional, además de presidir las sesiones del Consejo de Ministros.
En la última reunión del órgano ejecutivo, había mencionado la importancia de contar con Arabia Saudita como respaldo a la estabilidad libanesa. Además, se habían conversado los nombramientos de los embajadores a Damasco, Buenos Aires y El Vaticano, asuntos energéticos vinculados al norte del país y autorizaciones a algunos municipios para superar la altura máxima de construcción.
Las motivaciones esgrimidas a través de un discurso leído en un video de casi ocho minutos de duración en las que Hariri aparece sentado frente a un escritorio y junto a una bandera libanesa, fueron fundamentalmente dos:Por un lado, denunció la injerencia iraní en la política interior libanesa. Este hecho no es nuevo.
De hecho, el vínculo entre actores subnacionales y naciones extranjeras en el Líbano es una de las características salientes de su sistema.
Además, el presidente de la República, Michel Aoun es aliado de Hezbolá, el partido que representa los intereses iraníes en el país, desde 2006. Él mismo, además, lidera un gobierno de unidad nacional donde hay ministros afiliados a Hezbolá.
¿Por qué habría de suponer el primer ministro que las cosas cambiarían.En segundo orden, mencionó la posibilidad de un atentado contra su vida y la de su familia. El supuesto complot fue hecho público por Al-Arabiya, un canal privado de capitales sauditas dirigido por Adel Al-Toraifi, quien hasta abril pasado se había desempeñado como ministro de Cultura del Reino de Arabia Saudita.
La versión fue respaldada por el diario Al-Sharq Al-Awsat, propiedad del príncipe Faisal Bin Salman, uno de los hijos del rey. Sin embargo, el encargado de prensa de las Fuerzas de Seguridad Interior del Líbano negó que el organismo tuviese información al respecto, o estuviese conduciendo alguna investigación sobre la cuestión.Cuando los hechos políticos en Líbano resultan incomprensibles, siempre es útil tomar distancia y mirar el panorama regional.
Sin esa perspectiva, difícilmente se podrían sacar conclusiones válidas. En este caso, hay que poner el foco en la reafirmación del conflicto entre Arabia Saudita e Irán.Líbano, atrapado entre Irán y Arabia Saudita.
Las elecciones presidenciales de octubre de 2016 en el Líbano acabaron con dos años y medio de vacancia en la Jefatura del Estado. Eso no hubiera sido posible sin el acuerdo de las dos grandes potencias regionales: Arabia Saudita e Irán. Cuando Riad permitió que Michel Aoun, el candidato de Teherán, gane la elección, se ocupó de lograr el nombramiento de Hariri como primer ministro.
Los funcionarios sauditas habían estado sondeando otros candidatos pero finalmente optaron por la fidelidad de Saad Hariri, quien, al ver su posición amenazada, promovió el impensado acuerdo con Aoun, dándole los votos de su bancada para que este llegue cómodamente a la presidencia mientras se aseguraba para sí la conducción del Consejo de Ministros.
Si de devolución de gestos se trata, el primer destino visitado por el presidente Aoun fue la corte del rey Salman.El vínculo entre los Hariri y Arabia Saudita no es nuevo. Rafic Hariri, también primer ministro y padre de Saad, asesinado en un atentado con coche bomba en 2005, fundó Saudi Oger, una compañía constructora que se convirtió en la principal contratista de la Corona Saudita. Su influencia en la familia real le sirvió para irrumpir y consolidarse en el escenario político libanés. Sus hijos continuaron con los negocios, y el MDF se vio beneficiado por las donaciones realizadas por el gobierno de Riad.
Si se encastra el acuerdo presidencial libanés con el diálogo en Yemen propiciado en septiembre de 2016 entre Arabia Saudita, en representación del gobierno en el exilio, con sede en Riad, y de los houthis, apoyados por Irán, se puede percibir un intento de distensión en el escenario de Medio Oriente durante el último trimestre de aquel año.
Sin embargo, tras la asunción de Donald Trump en Estados Unidos, el conflicto en Yemen volvió incrementarse.La visita del presidente Trump a Arabia Saudita en mayo de este año marcó un nuevo hito en la rivalidad entre las dos potencias regionales, no solo porque exigió lealtad al gobierno de Riad sino porque además identificó sin ambages a Teherán como aliado de privilegio del terrorismo internacional.
Otro signo de que la distensión proyectada había muerto fue la actitud del ministro saudita de Asuntos del Golfo Pérsico, Thamer El-Sabhan. De tono agresivo hacia Hezbolá y cuanto menos impropio hacia el gobierno del Líbano, inundó las redes sociales con sus comentarios. A Hezbolá lo llamó “partido del demonio” y anunció que el silencio de los funcionarios libaneses en relación a la actividad de esa agrupación sería pagado con un muy alto precio.
Además, solicitó la formación de una coalición internacional par combatir al partido pro-iraní. Inmediatamente después de la renuncia de Hariri, declaró que, con su actitud de respaldo a la cuestionada agrupación, Líbano le estaba declarando la guerra al gobierno de Riad.
En resumen, la retórica que el ministro encaró a partir de septiembre preanunciaba que Líbano sería prenda de un nuevo conflicto entre su país y la República Islámica.
En ese marco, la presión saudita al primer ministro libanés para que haga efectiva su renuncia encaja perfectamente.Restablecer el equilibrio.
Cuando, tras la renuncia de Hariri, Hezbolá declaró que el ex primer ministro se hallaba privado de su libertad en Arabia Saudita, la afirmación parecía una locura.
Sin embargo, dos hechos dan algún sustento a esta hipótesis. Por un lado, no asistió a la reunión que había pactado el pasado jueves con el presidente de la República. Por otro, el MDF realizó un acto masivo el viernes pidiendo el regreso de Saad Hariri al Líbano.
Ya se habló más arriba sobre el alineamiento del MDF con los intereses saudíes, por lo que esta actitud de cuestionamiento resulta llamativa.
El octogenario presidente Michel Aoun se ha mostrado, para contradicción de sus detractores, muy medido ante la coyuntura. Evitó hacer declaraciones remarcando únicamente que esperaba tener una reunión con el primer ministro en un futuro próximo y que auguraba que esta crisis no arruine las elecciones parlamentarias previstas para mayo de 2018, las primeras desde 2009.
Mientras tanto, desde Instagram, publicaba con insistencia fotos de reuniones con ex presidentes, referentes de partidos políticos, diputados y ministros, demostrando que había dado inicio a las conversaciones para designar a un nuevo premier.
El peligro que se yergue sobre el pequeño país del Mediterráneo es grande, ya que Arabia Saudita lo amenazó con sanciones económicas, la repatriación de los trabajadores libaneses en su territorio y la interrupción de las conexiones aéreas.
En definitiva, una situación calcada a la que promovió contra Qatar en junio de este año. Estas medidas tendrían un impacto muy negativo en el país, mucho más si se confirma la adhesión de otros países del Consejo de Cooperación del Golfo a esta medida. Egipto, en esta ocasión, manifestó su rechazo a la propuesta.
La condición de “región penetrada” que sustenta a Medio Oriente vuelve difícil un acercamiento entre Irán y Arabia Saudita si, en el contexto internacional, no se genera un mejor clima entre otras potencias de mayor porte a las que estos referentes regionales responden.
En el Líbano, el acuerdo de octubre de 2016 que permitió la asunción de Aoun y de Hariri quedó caduco, fruto de la rapidez con la que los acontecimientos se desarrollan en el escenario internacional.
El Líbano, por su parte, permanecerá en peligro inminente hasta que el equilibrio entre Irán y Arabia Saudita sea restablecido.
Por Said Chaya