Arabia Saudí, desde donde anunció su renuncia el primer ministro, insta a todos sus ciudadanos a abandonar cuanto antes territorio libanés
La dimisión de Saad Hariri como primer ministro libanés el pasado sábado, en un anuncio en televisión desde Arabia Saudí, da por acabado el actual consenso político y deja una vez más huérfano de líder al bloque suní. Una comunidad aún resentida por “la humillación” infligida por Hezbolá en el último enfrentamiento abierto entre suníes y chiíes en las calles de Beirut en 2008.
Y ello, en un país donde por ley y según un censo de 1932 absolutamente desactualizado el presidente ha de ser cristiano, el primer ministro musulmán suní, y el portavoz del Parlamento, musulmán chií. Con la reciente expulsión de los yihadistas de Líbano, parece caducar también el tácito acuerdo entre Teherán y Riad —padrinos de los dos principales bloques políticos libaneses— que, una vez más, han demostrado ser quienes realmente gobiernan en Líbano.
Arabia Saudí ha instado este jueves a todos sus ciudadanos a que abandonen territorio libanés lo antes posible y Kuwait ha replicado la medida.
El dimitido jefe del Gobierno permanece en Arabia saudí. “Hoy reclamamos el regreso a nuestro país de nuestro primer ministro, Saad Hariri”, tuiteó el ministro de Exteriores, Gebran Bassil, yerno del presidente, Michel Aoun.
“El primer paso es que el presidente [Aoun] acepte la dimisión de Hariri, algo que aún no ha hecho”, dice en una conversación telefónica Karim Makdisi, profesor de la Universidad Americana de Beirut.
“En caso de hacerlo, habrá de recurrir al consenso para nombrar un nuevo primer ministro y de ahí formar un nuevo Gobierno, lo que en Líbano puede llevar de dos días a infinitos meses”, añade.
En las dos ocasiones anteriores, los diferentes polos políticos desbloquearon un prolongado impasse con el nombramiento de lo que los expertos calificaron de “primeros ministros marionetas”: Najib Mikatib en 2011, y Tamman Salam en 2014. Ambos son hombres de negocios suníes faltos de carisma nacional y sobre todo incapacitados en la toma de decisiones.
La inesperada renuncia de Hariri abre pues una nueva fase de incertidumbre en la política libanesa. Fue precisamente el asesinato de su padre y ex primer ministro, Rafic Hariri, en febrero de 2005, el que partió al espectro político libanés en dos bloques: entre detractores y aliados del Gobierno sirio de Bachar el Asad, que fue acusado de estar detrás del atentado.
El magnicidio de 2005 provocó también la retirada de las tropas sirias tras 29 años apostadas en el Líbano, reduciendo su tutela sobre el país. Entre rumores del paradero actual del primer ministro libanés, Hariri, según su gabinete, mantuvo este jueves en su residencia en Riad (Arabia Saudí) un encuentro con el embajador francés. Ayer lo hizo con el enviado de la UE, el encargado de negocios norteamericano y embajador británico. Arabia Saudí ha instado este jueves a sus ciudadanos a abandonar Líbano lo antes posible.
En los comicios parlamentarios de 2009 —los últimos celebrados en el país— el cristiano Michel Aoun, líder del Movimiento Patriótico Libre y actual presidente, se alió con Hezbolá para liderar el bloque 8 de Marzo. Cuentan con el respaldo de los cristianos del Movimiento Marada, los chiíes del partido Amal y el cambiante apoyo de los drusos del Partido Socialista Progresista. A la cabeza del partido El Futuro, Saad Hariri lideraba hasta esta semana el bloque 14 de Marzo, respaldado por los suníes y los partidos cristianos Fuerzas Libanesas y Falange libanesa.
La bipolaridad del ejecutivo libanés se ha visto exacerbada por la guerra entre valedores regionales: Irán respalda al 8 de Marzo y Arabia Saudí al 14 de Marzo. Esta competición irano-saudí sumió al país en un vacío político durante 33 meses por falta de quorum. Fue precisamente la amenaza yihadista y la ola de atentados terroristas la que logró aunar en 2014 las posturas de ambas potencias regionales para preservar la estabilidad de un Líbano que desde 2011 se resistía a ser engullido por el conflicto sirio.
El temporal acuerdo se tradujo en un nuevo Gobierno en diciembre de 2016. El exgeneral Michel Aoun ocupó la silla presidencial, haciendo equipo con un recién retornado Saad Hariri como primer ministro y el perenne Nabih Berri como portavoz del Parlamento.
“El Hariri que regresó en 2014 era diferente. Más maduro y más consciente del statu quo entre las diversas fuerzas políticas”, decía a esta periodista un año atrás uno de sus asesores. Pero el Hezbolá al que se enfrenta hoy también ha mutado. Con su participación en la guerra siria, el Partido de Dios ha acabado por ganarse la aquiescencia de parte de los cristianos libaneses aterrorizaros por la suerte de sus correligionarios sirios expuestos al ISIS. Pero, sobre todo, ha logrado enraizar su poder en la espina dorsal de las instituciones que gobiernan en la sombra como los servicios de inteligencia, el control del aeropuerto y las comunicaciones del país.
Derrotado en Siria el ISIS llega también a su fin la tregua que han disfrutado los libaneses que temen hoy las consecuencias del incremento de sanciones y amenazas por parte del eje EE UU-Israel-Arabia Saudí contra el fortalecido eje Irán-Siria-Hezbolá. “Arabia Saudí ha adoptado el mismo discurso agresivo que Israel considerando a todo el Líbano como enemigo y no solo a Hezbolá, pero hay que esperar a ver cómo se materializan las palabras”, valora Makdisi.
Ante la incertidumbre, los políticos libaneses se han apresurado a consultar a sus aliados en el extranjero para defender la estabilidad de Líbano, en línea con la inagotable resiliencia que les caracteriza. Pero los hilos de los asientos del Serrallo se mueven desde Teherán y Riad, y no desde Beirut.