Una cabeza de toro de mármol de hace 2.400 años que fue robada en el Líbano durante la guerra civil y pasó de mano en mano en el mundo del arte hasta acabar expuesta en el Museo Metropolitano de Nueva York (MET) vuelve por fin a casa.
La corte suprema del estado de Nueva York autorizó su repatriación esta semana, después de que una pareja de coleccionistas que reclamaban su propiedad retiraran sendas demandas que habían interpuesto a la fiscalía del distrito de Manhattan y a las autoridades libanesas para evitarlo.
La pieza desencadenó una investigación por parte de la fiscalía neoyorquina después de que un trabajador del MET advirtiera en 2014 que podría haber sido robada y alertara a las autoridades, lo que puso el foco sobre la faceta menos amable del ámbito cultural.
De origen griego, la cabeza de toro fue descubierta en una excavación en el templo de Eshmun (Sidon, Líbano) en 1967 y desapareció en 1981, durante la guerra civil.
El fiscal delegado de Manhattan, Matthew Bogdanos, argumentó en un extenso documento entregado en los tribunales que la pieza fue importada a EE.UU. ilegalmente como parte de una “conspiración criminal internacional”.
Tras desaparecer, la estatua resurgió en 1996 en Nueva York, en manos del vendedor británico Robin Symes, considerado por las autoridades italianas, suizas y británicas “participante esencial en una red global de tráfico de antigüedades” que operó entre los 80 y los 90, expone Bogdanos.
“No hay ni una sola pieza de papel (documento) que se conozca en torno a la Cabeza de Toro entre su desaparición” del Líbano el 14 de agosto de 1981 y su “breve aparición” en Nueva York en el verano de 1996, escribió el delegado del fiscal al juez.
Ese año, Lynda y William Beierwaltes, una pareja de coleccionistas radicada en Colorado, compraron la cabeza de toro a Symes por 1,2 millones de dólares sin cuestionar su procedencia.
“Una señal de neón que dijera ‘robado’ habría sido más sutil y menos insidiosa”, comentó sobre la operación Bogdanos.
Los Beierwaltes se la vendieron en 2010 al coleccionista Michael Steinhardt, quien se la había prestado al MET, pero cuando en 2014 el curador jefe del museo alertó a las autoridades sobre la procedencia de la pieza, este reclamó a la pareja su devolución.
El ministro de cultura libanés solicitó en julio la repatriación de la estatua, pero los Beierwaltes respondieron con las demandas que ahora retiran, alegando que era de su propiedad y que el plazo para hacer reclamaciones había expirado.
En este sentido, el abogado de la pareja de coleccionistas dijo al diario New York Times que el país no había tomado ninguna acción respecto a la cabeza de toro en 50 años. También es cierto que los Beierwaltes, clientes habituales de Symes, se declararon en bancarrota en 2013.
En mitad de la historia aparecen nuevos personajes: la pareja contactó en 2006 con los vendedores de arte Hicham y Ali Aboutaam para que se encargaran de una colección de sus objetos valorada en más de 95 millones en la que figuraba la cabeza de toro.
Gracias a los vendedores, que según el Wall Street Journal han sido investigados por varios países en relación con el comercio de objetos saqueados por el Estado Islámico en Siria e Irak, la pieza viajó en 2008 a Ginebra y a París para la bienal de antigüedades en Grand Palais.
Fue a través de la firma de los Aboutaam, Phoenix Ancient Art Company, como Steinhard adquirió la escultura a los Beierwaltes. Después de que el MET notificara a los vendedores y al coleccionista sobre las dudas sobre su origen, los Aboutaam comunicaron a los Beierwaltes y a Steinhard que se atendrían a los pasos del museo.
A raíz de ese acontecimiento, en octubre del año pasado, la pareja de coleccionistas pidió al MET a través de su abogado que no contactara con autoridades. Cuando lo hizo y Líbano requirió a EE.UU. asistencia en la repatriación de la pieza, se desató una batalla legal para volver a las manos de su legítimo propietario.
Con la retirada de la contienda legal de los Beierwaltes, cuyo abogado se refirió a “pruebas que no admiten discusión” sobre el robo de la pieza, el disputado rol de propietario parece tener ya un nombre: el Líbano.