Ha sido la entrada de Hezbolá en la guerra siria y su lucha contra los yihadistas de Al Qaeda y del Estado Islámico ISIS, en el Líbano la que ha convertido a ojos de los yihadistas a los 800.000 habitantes de Dahie en blanco de ataques terroristas. Entre 2014 y 2015, las regiones chiíes al centro, sur y este del país registraron una docena de atentados con más de 150 muertos y centenares de heridos. En los últimos dos años, el refuerzo de la seguridad ha logrado reducir el número de ataques.
Al igual que Hezbolá, nacida en 1982 para combatir al invasor israelí en Líbano, Dahie ha sufrido numerosas metamorfosis. Desde 2011, año en que estalló el conflicto sirio, el Partido de Dios se ve desbordado por tres frentes. Al riesgo de otra guerra contra Israel al sur, se suma la lucha en Siria y la defensa de los bastiones libaneses amenazados por los yihadistas. Por primera vez en tres décadas, sus milicianos han pasado de defender sus fronteras a participar en una ofensiva regional. Puntualmente, incluso asisten a sus aliados en Irak y Yemen.
En Dahie, sus habitantes se muestran ambivalentes ante este nuevo rol. “Sabemos que nos tienen que defender, pero con tantos muertos reclutan cada vez a milicianos más jóvenes”, comenta Balkis, funcionaria y madre de cinco. Para la nueva burguesía chií, las quejas se vierten sobre la inestabilidad que “el aventurismo bélico” de la milicia crea en el país, arruinando sus oportunidades de negocio. Sin embargo, es la comunidad cristiana libanesa (40% de la población total) la que aplaude el rol de Hezbolá como freno ante la amenaza yihadista llegada de la vecina Siria.
“Los israelíes bombardearon nuestro hogar en 2006. Hoy lo hacen los yihadistas. Nuestra casa será reconstruida una vez más, mejor y más solida”. Quien habla es Abu Mahdi, orfebre de 45 años cuyo hogar se convirtió en un amasijo de escombros en 2015 cuando un suicida del ISIS estalló su cinturón explosivo en pleno centro de Dahie. “En 2006, los bombardeos israelíes dejaron 217 edificios con 1.300 hogares reducidos a la horizontal en Dahie”, cuenta Hassan Jiseh, uno de los arquitectos a cargo de la reconstrucción. Cinco años y 338 millones de euros después, Hezbolá levantó de nuevo los inmuebles a coste cero para sus conciudadanos.
En una de sus avenidas, un ejecutivo camina del brazo de una joven embutida en vaqueros y sobradamente maquillada, compartiendo acera con imanes enturbantados y señoras ocultas bajo el chador. “Durante la guerra civil, Dahie pasó de albergar cristianos a ser el refugio de miles de chiíes y palestinos que llegaron del sur huyendo de los enfrentamientos y masacres sectarias. Hoy un 95% de su población es chií”, cuenta Mohamed Said Alkhansa, alcalde durante 12 años de Jebeiri, el área más poblada de Dahie.
Sobre la puerta de su oficina cuelga un fusil israelí a modo de trofeo. En el cajón de su despacho guarda una foto donde posa junto a Naim Qassem, número dos de Hezbolá y antiguo trotskista reconvertido al Partido de Dios. Visten camisa de cuadros, luciendo anchas gafas de pasta y pantalones de campana. Hoy, Qassem viste abaya y turbante. Este miércoles, y por primera vez en la última década, Washington ha puesto precio a la cabeza de dos de sus líderes. Es en esta barriada de Beirut, bajo tierra dicen, donde se oculta también Hasan Nasralá, líder de Hezbolá.
Tanto la UE como la Liga Árabe consideran el brazo armado de Hezbolá como grupo terrorista, y EE UU la organización al completo. Este último ofrece hoy seis millones de euros por toda información que permita dar con Talal Hamiyah, y otros cuatro por Fuad Shukr, a quien responsabilizan del atentado contra el cuartel de infantería marítima estadounidense que en octubre de 1983 dejó 241 muertos. Las presiones israelíes sobre la Administración de Donald Trump han surtido efecto también con el incremento este año de las sanciones económicas con las que ahogar las finanzas de la milicia.
Sin embargo, en el Líbano este partido-milicia forma parte del bloque político que gobierna el país. Dispone de dos escaños en el Parlamento y entre los 65.000 miembros que nutren sus filas se encuentran milicianos armados pero también panaderos, funcionarios o banqueros. Estos desaparecen de sus oficinas para regresar 20 días después tras finalizar sus misiones en Siria.
Estado dentro del Estado, son las armas de Hezbolá las que han propulsado a los chiíes libaneses, 30% de los 4.5 millones de habitantes, a la esfera política. Hoy disponen de veto en las decisiones nacionales y cuentan con la milicia más importante de toda la región, mejor armada que el propio Ejército libanés. Algo que dejó de manifiesto la batalla unilateral que libró su brazo armado este verano para expulsar a la antigua filial siria de Al Qaeda tras tres años afincada en territorio libanés. Sus enemigos le acusan de defender los intereses de Irán y Siria como vástago de éstos en la lucha indirecta que libran contra la potencia suní regional que encarna Arabia Saudí.
“Somos fieles al gobierno [por Siria] que nos ha asegurado durante cuatro décadas una continuidad territorial con Irán para el abastecimiento de armas”, dice Mahdi S., miliciano de Hezbolá. Los tanques del Ejército libanés apostados en las principales entradas de la periferia beirutí no han logrado desterrar a los hombres de la milicia que en las callejuelas internas siguen controlando todo movimiento con walkie-talkies, pistolas al cinto y brazaletes amarillos estampados con su emblema. “Hezbolá cada día gobierna más en el Líbano”, admite un coronel de las Fuerzas Armadas Libanesas en Beirut. “Y cada vez lo hace más desde la sombra”, acota.