El confidencial-
Por Álvaro F. Cruz 11/08/2021
En septiembre de 2008, la quiebra del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers inauguraba oficialmente la crisis financiera que durante un lustro hundiría mercados, arrastraría economías y destruiría millones de puestos de trabajo en todo el mundo. En medio de la debacle global, un pequeño país de Oriente Medio protagonizaba su propio ‘milagro’ financiero. Un milagro con nombres y apellidos: Riad Toufic Salamé. El veterano banquero central del Líbano tomó una serie de medidas que no solo lograron esquivar la crisis, sino prosperar en ella. “Parecía que tenían una bola de cristal”, resumió años más tarde un funcionario del FMI.
“Yo vi venir la crisis” —explicaría el propio Salamé en una entrevista con la BBC en diciembre de 2008— “y en 2007 pedí a los bancos comerciales que liquidaran todas sus inversiones relacionadas con los mercados internacionales”. En algunos círculos, su aplomo en la gestión le valió a este exejecutivo de Merrill Lynch el apodo de ‘el mago’. Muchos creyeron que él podría cumplir la promesa rota por la guerra civil (1975-1990) de convertir al Líbano en una economía estable y segura, como prometía el apodo de la ‘Suiza de Oriente Medio’ que se popularizó a partir de la década de 1950, cuando se aprobaron las leyes de secreto bancario que atraían a las fortunas del Golfo. En esos años, el Gobernador del Banco Central libanés llegó incluso a acariciar la idea de ser presidente, según los cables de Wikileaks.
El desenlace no pudo ser más distinto. Hoy, después de casi tres décadas dirigiendo el Banque du Liban (BDL), Salamé y el Líbano viven sus días más difíciles. El dirigente está siendo investigado por las fiscalías de Suiza, Francia y el Líbano por presunta malversación, blanqueo de dinero y otros delitos. Mientras, el país del cedro se hunde en una espiral de recesión, desempleo e inestabilidad política agravada por la brutal explosión que hace un año arrasó el puerto de Beirut, dejando 218 muertos, según el último informe de HRW, y tumbando al gobierno. Esta es la historia de cómo uno de los banqueros centrales más laureados del mundo acabó siendo el rostro de una nación arruinada y sin rumbo.
La caída de los tres pilares
La implosión de la economía libanesa comienza con la caída de los tres grandes pilares sobre los que se reconstruyó el país tras la cruel guerra civil que dejó más de 120.000 víctimas y más de un millón de desplazados: la construcción, el turismo y la banca. El primero ya se desgastó en un país de apenas siete millones de habitantes y algo más de 10.000 kilómetros cuadrados —similar a Asturias, pero siete veces más poblado— en el que apenas quedan metros cuadrados en la costa sin edificar. El turismo, que ya llevaba una década sufriendo las consecuencias de guerra en la vecina Siria, sufrió la puntilla definitiva con la pandemia.
El tercer pilar, la banca, se encuentra en el corazón de lo que Banco Mundial ha calificado como una de las 10 peores crisis económicas más graves en los últimos 150 años. Una crisis además de credibilidad que afecta al país y a su principal responsable monetario. Salamé ha sido acusado de haber sacado más 300 millones de dólares del Líbano a través de su hermano hacia una red de cuentas bancarias en Suiza. Según una investigación de la organización francesa Sherpa y la suiza Acts Now, que puso sobre la pista a las autoridades judiciales, el dinero habría sido utilizado en la compra de propiedades de lujo en Europa, incluida alguna escandalosa en los aledaños de la parisina Torre Eiffel.
La semana pasada, Salamé fue interrogado por primera vez en una sede judicial en el Líbano, donde negó todas las acusaciones. El departamento de Comunicación del Banque du Liban declinó hacer comentarios al respecto a El Confidencial.
“Tiene pedigrí, viene de la escuela de las finanzas internacionales… ¿No piden un Gobierno técnico? Él es tan tecnócrata como puedes llegar a ser”
“(Riad Salamé) representa muy bien los problemas financieros y económicos del país [y] cómo trascienden al propio Líbano“, opina Habib Battah, director de la publicación especializada ‘Beirut Report‘. “Tiene pedigrí, viene de la escuela de las finanzas internacionales… ¿No piden un gobierno técnico? Él es tan tecnócrata como el que más (…) su trayectoria desacredita la idea de que los tecnócratas son necesariamente buenos”, continúa Battah en conversación con El Confidencial.
Durante la mayor parte de su largo periplo al frente del Banco Central, el trabajo de Salamé ha sido celebrado tanto en casa como fuera. La revista ‘The Banker’, editada por el ‘Financial Times’, lo nombró banquero del año en 2009. Antes había recibido en distintas ocasiones el premio Euromoney al mejor banquero central del mundo, de Oriente Medio y del mundo árabe. El presidente Jacques Chirac lo nombró ‘caballero de la legión de honor francesa’ en 1997 y Sarkozy lo ascendió al rango de oficial.
“Salamé aportó liquidez a los políticos y ellos decidieron no hacer muchas preguntas siempre y cuando el tipo de interés fuera bueno
“Todo el mundo culpa a Salamé y creo que debería dimitir”, explica Heiko Wimmen, responsable de la agencia de análisis de conflictos Crisis Group en el Líbano. “Pero la clase política también tiene su parte de culpa. Salamé aportó liquidez a los políticos y ellos decidieron no hacer muchas preguntas siempre y cuando el tipo de interés fuera bueno. Los gobiernos europeos y las instituciones internacionales que durante años inyectaron dinero en el Líbano y no han exigido reformas hasta ahora también tienen su cuota de responsabilidad”, añade el analista en conversación telefónica con El Confidencial.
Y, aunque la crisis ha sido en gran parte autoinducida, el Líbano y sus problemas no existen en el vacío. “Sin guerra con Israel, en Siria y consigo mismo, con un gobierno sólido, podría haber sido diferente. Pero es muy difícil cambiar la realidad. El país no tiene estabilidad, está atrapado entre guerras que volverán a ocurrir”, explica Battah.
Efectivamente, la ruína del país no se puede achacar a un solo hombre. Pero mientras el banquero de 71 años se hacía presuntamente rico, el país se hacía rápidamente pobre en gran parte debido a sus controvertidas decisiones, que han llevado a la debilitada economía libanesa al borde del impago de deuda por primera vez en su historia. El Producto Interno Bruto (PIB) libanés ha caído un 40% en el último año en un país en el que 40% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. La lira libanesa, artificialmente anclada al dólar, ha perdido más del 90% de su valor en el mercado real, evaporando los ahorros de familias y empresas. Las divisas, antaño de uso corriente entre los libaneses, son ahora un tesoro a guardar bajo llave.
Un ‘esquema Ponzi legal’
Salamé llegó a la presidencia del Banque du Liban (BDL) en 1993, de la mano del entonces primer ministro Rafik Hariri (asesinado con un coche bomba en el puerto deportivo de Beirut en 2005). Educado en la prestigiosa American University of Beirut, había hecho una próspera carrera en la división francesa del banco de inversión estadounidense Merrill Lynch. Durante sus 20 años en París manejó, entre otras, la fortuna del propio Hariri, quien lo nombró gobernador del banco central cuando llegó al poder al final de la guerra.
Ahora, por primera vez en casi 30 años, su puesto es objeto de debate en un país que lleva meses sin gobierno. Salamé es respaldado por el exprimer ministro Saad Hariri, hijo de Rafik, quien se negaba a realizar una auditoría al banco central si llegaba al poder por tercera vez. Sin embargo acaba de fracasar en su último intento de formar una coalición de gobierno. Tampoco el multimillonario y exprimer ministro Najib Mikati ha tenido éxito de momento. Si lo consigue, la cabeza de Salamé podría rodar. Pero eso no significa el fin de los problemas para la economía libanesa.
“Superman podría ser primer ministro y dudo que pudiera cambiarlo, es un problema estructural y muy profundo”
“Es muy difícil salir de este hoyo”, opina Battah. “Cuando tu moneda pierde el 90% de su valor no sé si es cuestión de traer a otra persona. Superman podría ser primer ministro y dudo que pudiera cambiarlo, es un problema estructural y muy profundo”, agrega. Otros incluso creen que ni siquiera un cambio de gobierno aseguraría la salida del banquero. “Lleva treinta años ahí. Conoce los secretos de todo el mundo y es normal que algunos políticos tengan miedo de lo que pueda salir a la luz”, recalca Wimmen.
Antes del estallido de la crisis, la banca aportaba casi el 9% del PIB. En 2017, Líbano todavía era la tercera economía con más depósitos bancarios respecto al PIB, solo por detrás de Luxemburgo y Hong Kong. Esto lo logró aplicando una agresiva política de tipos de interés para los depósitos —con rentabilidades de hasta el 20%—buscando atraer el máximo de dólares posible y sostener el tipo de cambio intacto para mantener la lira libanesa pegada al dólar y conservar el poder de compra de la divisa nacional. Esto es clave para la economía libanesa, que no produce prácticamente nada de lo que consume y se ve obligado a comprar el 80% de los alimentos en el exterior.
Para evitar una devaluación que disparara los precios y el descontento popular, el país se veía forzado a tirar de emisiones de deuda y reservas internacionales, que han caído aproximadamente en 61.000 millones de dólares (casi tres veces el PIB anual), para pagar las importanciones. La crisis de deuda libanesa, a diferencia de otras, es principalmente nacional. Los bancos comerciales libaneses y el BDL poseen la mayoría de la deuda soberana, lo que entrelaza el estado de la economía nacional con el de su sector bancario, como explica el último informe del ‘think tank’ libanés ‘Triangle’.
Desde 2017, voces expertas alertaban ya de la peligrosa deriva de la banca libanesa, que se asemejaba cada vez más a un castillo de naipes o, como la han destrito algunos analistas y políticos, un ‘esquema Ponzi legal’. El sistema tardaría más de dos años en colapsar.
“Los tipos de interés que se ofrecían aquí no eran ningún secreto. ¡Por eso llegaba tanto dinero al Líbano!”
“Los tipos de interés que se ofrecían aquí no eran ningún secreto. ¡Por eso llegaba tanto dinero al Líbano! Como política ha sido muy destructiva, la gente no quería invertir en su propio país porque ganaba más dinero en el banco“, razona Battah.
El primer ministro en funciones Hassan Diab, quien dimitió hace un año y está a la espera de que se forme un nuevo gobierno, prometió durante su mandato resolver la crisis económica libanesa de una tacada con el plan Lazard, conocido así por el apoyo que recibió el proyecto por parte del banco de inversión estadounidense Lazard. El objetivo era abandonar el tipo de cambio fijo (y obsoleto) de la lira libanesa con el dólar (1 $=1.500 LL) a un tipo variable fijado por el mercado, reducir la deuda y concretar un acuerdo con el FMI para estabilizar la moneda con una inyección de dinero internacional.
El plan sembró el pánico entre los libaneses, que se apresuraron a sacar sus depósitos antes de que perdieran su valor. El BDL imprimió aún más liras libanesas. La liquidez inundó el sistema y la moneda se depreció hasta las 20.000 LL por dólar espoleando una hiperinflación galopante que ha obligado a los restaurantes a eliminar el precio del menú del día ya que no saben cuánto cobrarán mañana. Pocos meses después de su anuncio, el plan Lazard entraba en un coma inducido frenado por los accionistas de los bancos y los grandes depositantes, que concentran en un 1% de las cuentas el 50% de los depósitos, según cálculos del FMI de 2015.
Pan para ayer, hambre para hoy
Los signos de que algo iba mal estaban ahí, a la vista de cualquiera: el Líbano llevaba más de una década sin aprobar un presupuesto y los tiempos en que era un país con grado de inversión positivo quedaban muy lejos en el retrovisor. Hoy, el país recibe una calificación similar a Venezuela por parte de las principales agencias de calificación de riesgos (Moody’s, por ejemplo, le otorga una C a ambos, la nota más baja).
“La gente no puede sacar el dinero del banco, hay un máximo y si sacan el dinero pierden gran parte de sus ahorros”
Tras la caída del Gobierno de Diab y el colapso de las negociaciones con el FMI, en abril de 2020, a través de una circular, el BDL reconoció por primera vez que el tipo de cambio de la lira y el dólar era ficticio, y permitió a los bancos pagar a sus depositantes en moneda extranjera a un tipo de cambio de 3.900 LL por cada dólar, cuando el cambio real en la calle en ese momento era cuatro veces superior. Tras anunciar en junio que dejaba de ofrecer incluso esa conversión, el BDL tuvo que dar marcha atrás por las protestas. “La gente no puede sacar el dinero del banco, hay un máximo y si sacan el dinero pierden gran parte de sus ahorros”, explica a El Confidencial la española Janira Taibo, fundadora de la escuela ’26 Letters’ en Beirut.
Janira llegó al Líbano en 2015 durante un intercambio universitario y se quedó para dar clases de inglés a Salah, un joven refugiado sirio que no veía un futuro posible sin conocer la nueva ‘lingua franca’. Seis años después, gracias al trabajo de su hermana y voluntarios, la escuela apoya a un centenar de estudiantes sirios y algunos libaneses en su mayoría marginados por el sistema escolar. Durante este tiempo, Janira ha vivido en primera persona los cambios del país y la crisis que ahora sufre, pero su proyecto humanitario sigue adelante como puede: “En la escuela nunca hay electricidad. Damos las clases con las ventanas abiertas para que entre luz”. Ahora, relata Janira, han notado “que muchas familias se están volviendo a Siria. Cada vez tienen un salario menor y no hay perspectiva de que abran los colegios, a los que algunos niños llevan casi dos años sin ir, desde que comenzó la ‘thawra’ (‘revolución’, en árabe) de octubre de 2019″.
El alquiler de la escuela refleja la caída económica y los cambios en la psicología de la población: “Antes costaba 1.000 dólares al mes, pero ahora apenas pagamos 200 y el precio es alto porque lo alquilamos antes que bajara la libra del todo”. A las ONG y los extranjeros que aún reciben su salario en dólares, los dueños siguen pidiéndoles precios similares a los de antes de la crisis. Buscar alojamiento en Beirut antes de la crisis y la explosión era más o menos sencillo, aunque no necesariamente barato pese a la ingente cantidad de viviendas que se levantan sobre el suelo libanés. Una habitación en el barrio universitario de Hamra podía alcanzar y superar los 500 dólares sumando los gastos extra: depender de un generador de electricidad externo para cubrir los cortes de la electricidad estatal que han pasado de unas pocas horas diarias a 20 ahora mismo y de un camión cisterna que llene el depósito de agua tiene un coste. Ahora, sin embargo, “es muy difícil encontrar piso en Beirut, porque nadie quiere alquilar su casa por una mierda de dinero”, cuenta Janira.
Además de sumergir en la pobreza a casi la mitad de la población, la crisis ha afectado también a esa clase media y alta libanesa que tenía unas condiciones de vida muy elevadas sin formar parte del pequeño porcentaje que concentra la verdadera riqueza en los bancos. Sacar dinero, echar gasolina, comprar cigarrillos o leche de bebé y tener internet en casa se ha convertido en una quimera para toda la ciudadanía. Tres personas han muerto esta semana en peleas por el poco combustible que queda en el país y las colas para repostar inundan las carreteras de todo el país. Salamé ha anunciado que el BDL no puede ofrecer más crédito para subvencionar la compra de combustible, lo que previsiblemente dificultará aún más el acceso a la gasolina y electricidad y aumentará los precios.
“Si todo va bien, me marcho el mes que viene a Canadá, estoy haciendo el papeleo mientras hablamos”
“Si todo va bien, me marcho el mes que viene a Canadá, estoy haciendo el papeleo mientras hablamos”, relata el joven libanés Ralph Nader por videollamada a través de los datos móviles, ya que no hay wifi porque la compañía que lo suministra no tiene electricidad suficiente. La luz va y viene en su casa y Ralph exclama: “¿Lo ves? ¡Estamos en manos del tipo del generador! Aquí ya no se puede vivir, no conozco a nadie de mi edad que se quiera quedar y no esté buscando una manera de salir”. Las encuestas le dan la razón: el 77% de los jóvenes libaneses está intentando emigrar o se le ha pasado por la cabeza, si es que no lo ha hecho ya.
Pero Ralph tiene suerte, lo sabe y lo reconoce: “Agradezco cada mañana a mi padre que me diera la oportunidad de tener un pasaporte canadiense. No puedo imaginarme la vida de quienes no tienen ese privilegio. Nos están echando de nuestro propio país“. Sus padres, que emigraron durante la guerra e hicieron carrera en Canadá para después volver, se marchan de nuevo. Él, que acaba de terminar la carrera, espera tener la oportunidad de “construir su vida en Canadá y volver al Líbano de vacaciones“. No quiere oír ni hablar de una vuelta en el futuro y envidia a los extranjeros que todavía pueden apreciar la belleza de su país, su gente y su comida, las montañas y bosques de cedros nevados en invierno y la costa en verano. Ni siquiera disfruta ya de la fiesta que todavía no ha cesado para los pocos que consiguen vivir un rato al margen de todo lo que está pasando en Mar Mikhael, la zona de copas de la capital cercana al puerto que ha recuperado el ambiente un año después de la explosión que la redujo a añicos.
En el Líbano se queda de momento su hermana pequeña Lynn trabajando en un hospital universitario en Beirut, donde ha vivido sus primeros días como enfermera durante la pandemia. Pese a que en su caso la situación no es tan desesperada porque se trata de un hospital privado que cuenta con financiación estadounidense, Lynn cuenta que faltan personal (porque se ha ido de país) y medicinas: “Cuando no hay otra opción, utilizamos medicaciones alternativas que tienen más efectos secundarios o son menos potentes”. La escasez no se limita a los hospitales y a tratamientos esenciales para enfermedades como el cáncer: “Ni siquiera tenemos Panadol (la aspirina libanesa). No hay nada, ni lo más básico”.