El primer inmigrante Libanés que llegó a Yucatán fue don Santiago Sauma: arribó en el año de 1879; por este dato llegamos a la conclusión que la inmigración Libanesa está cumpliendo 134 años. La razón que atraía a los libaneses fue la misma que sedujo a otros grupos: el auge henequenero, que si bien en los ochenta del siglo XIX se estaba empezando a dar todavía no había mostrado todo su esplendor. Sin embargo lo significativo de la inmigración libanesa a Yucatán se da de 1879 a 1930. Aunque en el censo de 1900 solo aparecen como vecinos de Mérida don Amado Chami, en la calle 59 Núm. 459; don Andrés Checuni, en la calle 59-A Núm. 596; don Elías Faraón, en la calle 50 Núm. 504; don Juan Mena, en la calle 63 Núm. 516-B; don Salomón Rechani, en la calle 63 Núm. 451; y don Salvador Saidé, quien fuera por muchas décadas el líder de la comunidad, en la calle 63 Núm. 460. Aparentemente don Salomón Mena vivía por el rumbo de Chuminópolis. Es posible que otras familias vivieran en estos predios o inclusive en predios cuyos titulares llevaban nombres yucatecos, a pesar de estas posibilidades no se puede negar el que los libaneses en Mérida no tenían mayor presencia en 1900. Por el contrario en todo pueblo importante del interior del estado se establecían una o dos familias libanesas ejerciendo el comercio.
Años después, cuando empezaron a concentrarse en Mérida se establecieron en los rumbos de La Mejorada, el Arco del Puente y San Cristóbal, zona, toda ésta, de tradición comercial desde los tiempos de la Colonia. El área parecía, según la opinión de don Francisco D. Montejo y Baqueiro, “un barrio de Beirut o de Damasco”. En el censo de población de 1910 aparecen 568 personas como “turcas”, de las cuales 305 eran hombres y 203 mujeres. Aunque Luis Ramírez Carrillo, citando a Carmen Páez Oropeza, asevera: “Según otros testimonios afirman que para 1910 en Yucatán había más de 2000 libaneses , mientras solo 70 en la Ciudad de México ”.
El primer matrimonio mixto que se celebró se llevó a cabo en Peto el 8 de junio de 1894 entre Elías Téyer e Isabel Horta . En el Líbano coexisten con sus bien conocidas dificultades dos de los grandes credos de la humanidad: el cristianismo y el islamismo, ambas con sus diferentes vertientes. Entre los del primer grupo estaban los maronitas y los ortodoxos griegos; y en los del segundo los sunnitas, los chiítas y los drusos. A Yucatán emigraron fundamentalmente cristianos pero también algunos drusos. Los inmigrantes se adaptaron a la religión católica, sin embargo la “Asociación Benéfica Maronita” trajo al primer sacerdote maronita, el reverendo Pablo Anden. En febrero de 1902 se celebró una boda de libaneses para lo cual se trajo a un sacerdote del rito ortodoxo griego de Nueva York, el sacerdote se llamaba Rafael Aguavine. Se dice que la costumbre tan extendida hoy en día en Yucatán de vender kibis fritos y tipo “bola” en las calles fue establecida por una familia de inmigrantes libaneses, los Memeri. La ciudad debería rendirles el homenaje de un parque a esos hombres que vinieron a enriquecer nuestra vida.
una muestra gráfica más de las familias libaneses que llegaron a Yucatán.
LOS LIBANESES DE YUCATÁN Y SU IDIOMA
A los libaneses se les suele llamar Árabes en virtud del idioma que hablan, herencia de la dominación Árabe sobre el Líbano. Otro tanto se puede decir del francés, que es la segunda lengua del país. Sin embargo los libaneses, en obsequio a su posición geográfica y a sus prácticas comerciales, han tenido que aprender otros idiomas y dialectos. Durante el dominio turco el idioma de este pueblo no fue impuesto, aunque en el libro de Cuevas y Mañana aparece el testimonio de don Elías Dájer en el sentido de que en su niñez durante 3 años le enseñaron en la escuela el idioma turco, así como obligaban a los niños a cantar el himno de ese país. Ya en Yucatán los inmigrantes libaneses aprendieron a comunicarse e español, con su acento propio y la consabida permuta de la “p” por la “b”. Un distintivo de la forma de hablar de los libaneses era el tono de la voz, demasiado alto; inclusive los libaneses de segunda generación confesaban apenarse por la voz tan elevada que usaban sus padres para hablar. Por los rumbos de la “colonia”, en las noches, solían armarse unas tertulias en las puertas de las casas, reuniones que podían llegar a ser ruidosas. En virtud de sus relaciones comerciales en el interior del estado, los libaneses tenían que aprender a hablar algo de maya para poderse comunicar. A menudo las mujeres inmigrantes que no trabajaban no llegaban, por obvias razones a aprender bien el español.