El primer ministro libanés, Saad Hariri, anuncia su dimisión desde Riad y denuncia un complot de Irán e Hizbulá para acabar con su vida
La milicia islámica chií Hizbulá (El Partido de Dios) ha dejado de ser el «salvador» del Líbano. Tras sus victorias en el campo de batalla al expulsar a los yihadistas del Estado Islámico y la ex filial de Al Qaeda siria (El Frente Al Nusra) de su frontera, se ha convertido en el enemigo público.
El primer ministro suní libanés, Saad Hariri, anunció ayer por sorpresa su dimisión en Riad (Arabia Saudí) alegando un complot de Hizbulá y su promotor iraní para atentar contra su vida. No es baladí el hecho del mandatario libanés escogiera el reino saudí para dar su discurso de despedida.
Riad es la ciudad que le vio nacer y donde residió varias temporadas después del asesinato de su padre, el ex primer ministro Rafic Hariri, y donde probablemente se quedará ahora por una larga temporada. Su estrecha relación con la monarquía saudí ha llevado a sus detractores a acusarlo de ser «la marioneta» de Riad. «Sé que se está confabulando en secreto contra mi vida», advirtió Hariri en una alocución que emitió la cadena de televisión saudí Al Arabiya.
El canal local reveló que las Fuerzas de Seguridad libanesas frustraron hace unos días un atentado contra el primer ministro en Beirut y que los autores del complot desconectaron las cámaras de las torres de vigilancia que había en la ruta por donde iba a pasar la comitiva oficial.
Hariri aprovechó su carta de dimisión para criticar duramente a Irán por su «injerencia» en la política libanesa, donde apadrina a Hizbulá, y aseguró que los libaneses conseguirán «vencer el tutelaje interno y externo» con la fuerza de su «determinación».
La salida de Hariri coloca al Líbano en el vértice del abismo. Su mandato se pactó el año pasado después de varios años de negociaciones infructuosas que mantuvo al país de los cedros en un impasse político durante medio lustro. Precisamente, su renuncia abre de nuevo una época de turbulencias políticas y ahondará las divisiones sectarias.
El Líbano ha gozado de un estatus privilegiado en la vorágine de Oriente Medio gracias a una política de distanciamiento que se pactó en 2011 por la cual todos los partidos políticos libaneses se esforzarían en mantenerse equidistantes y no caer en la división, tal y como sucedió en Túnez, Egipto, Libia y Siria.
El pequeño país del levante árabe es sectario hasta la médula y políticamente dividido en dos bandos; uno de tendencia suní y el otro, chií. En los albores de la primavera árabe los dos grandes hacedores del Líbano–Arabia Saudí e Irán– llegaron a un entendimiento para no hacer estallar el país y centrar todos los esfuerzos en Siria. Pero ahora que la guerra siria parece que esta a punto de terminar, o al menos está clara la situación del presidente Bachar al Asad, de seguir en el poder, Riad y Teherán, históricos rivales, podrían poner de nuevo el ojo en el Líbano, lo que conllevaría a más inestabilidad regional.
Los diplomáticos saudíes hicieron ayer las maletas y regresaron a Riad después de la noticia de la dimisión de Hariri. Vienen tiempos difíciles para el pequeño país que dejó, no hace tanto tiempo atrás, una cruenta guerra interna que duró cerca de dos décadas.