Asimismo, la comunidad de 22 naciones mostró su satisfacción por la senda de entendimiento en el país al saludar la formación de un nuevo Gobierno en noviembre pasado, resultado de la elección presidencial de Michel Aoun, a quien le otorgaron buena nota en su debut en ese tipo de foros árabes.
PONDERACION Y DISOCIACION, SIN RUPTURAS
A juzgar por la valoración de círculos tan dispares como la cúpula de la Iglesia Cristiano-Maronita, la jerarquía religiosa sunnita, y bloques parlamentarios de los movimientos chiitas Hizbulah y Amal, el desempeño de Aoun en la cita del mar Muerto robusteció la posición de Beirut.
Para el patriarca maronita, cardenal Beshara Rahi, el discurso del jefe de Estado en la cumbre fue ‘valiente, franco y sociable’, mientras el Gran Muftí de la República (autoridad musulmana sunnita), jeque Abdullatif Deryan, opinó que la cita ‘tendrá efectos positivos en la arena árabe e islámica’.
El bloque Lealtad a la Resistencia, de Hizbulah, describió las palabras de Aoun de ‘profundas, racionales, balanceadas y visionarias’, lo cual compartió el ministro de Juventud y Deportes Mohammed Fneish, ligado a ese partido.
‘En su discurso, él afirmó el rol del Líbano en unir, defender y estimular las causas árabes, a diferencia de otros que desean convertir nuestras diferencias internas en un pretexto para la interferencia árabe en los asuntos libaneses’, apuntó Fneish. De hecho, Aoun fue categórico al urgir a los líderes a ‘cesar las guerras entre hermanos’ y recurrir al lenguaje del diálogo, empeño para el que aseguró que su país ‘está dispuesto a ayudar’, y la alusión se asoció claramente a los conflictos en Siria y Yemen, y las disputas saudita-iraníes.
Al referirse a los casi dos millones de refugiados que alberga el Líbano -cerca de 500 mil palestinos y 1,5 millones de sirios- el presidente alertó del agravamiento de esa ‘carga’ y reiteró el pedido de asistencia foránea.
En su opinión, aliviar la miseria de los desplazados y su salvación de la crueldad de su migración obligatoria, además de las adversas repercusiones sociales, económicas, políticas y de seguridad, sólo se puede lograr mediante el retorno seguro a su patria’, tanto de sirios como de palestinos.
Y es que Aoun, quien acudió a la cumbre del 29 de marzo en el mar Muerto acompañado de su primer ministro, Saad Hariri, centró buena parte de las expectativas dado que pesos pesados regionales esperaban un discurso avenido a un consenso que presuponía tomar distancia de Teherán y Damasco.
En una comunidad con profundas divisiones, además de las fricciones entre Arabia Saudita y, por extensión, el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) con el Líbano, la cita tenía muchos otros desafíos por abordar, en particular retomar la aparentemente olvidada causa palestina.
Además, coordinar la lucha contra el terrorismo yihadista, sobre todo contra el Estado Islámico (ISIS), avanzar en la solución de conflictos ahora estancados en Siria, Yemen y Libia, y debatir el protagonismo regional de Rusia y la percepción de una ascendente interferencia de Turquía e Irán.
Incluso, no faltaron pronunciamientos sobre las políticas impredecibles de la administración de Donald Trump, y la oportunidad de conjugar la enemistad del CCG e Irán con la hostilidad de Washington con la república islámica.
El CCG y sobre todo el reino saudita reprochan a Aoun una supuesta postura pro-iraní, en tanto es el principal aliado cristiano del movimiento Hizbulah, el Partido de la Resistencia muy identificado con el país persa y al que las monarquías del Golfo catalogan de organización terrorista.
La intervención del mandatario sin dudas intentó disipar los resquemores que suscitó una reunión efectuada a inicios de 2016 en la que el canciller libanés, Gebran Bassil, rehusó condenar los ataques a las sedes diplomáticas sauditas en Irán en protesta por la ejecución de un clérigo chiita.
La actitud de Beirut desató una crisis diplomática con Riad a la que este último se encargó de incorporar a sus vecinos del Golfo, algunos como Emiratos Árabes Unidos y Bahrein secundándolo con la retirada de embajadores y alertas a sus ciudadanos para que se abstuvieran de viajar aquí.
El reino wahabita respondió, además, con el cese de un plan de ayuda al Ejército y las Fuerzas de Seguridad libanesas por valor de tres mil millones de dólares, y la prohibición a sus ciudadanos de viajar al Líbano, lo que aún hoy se resiente en la contraída industria turística local.
Aoun, que tiene como jefe de gobierno a un sunnita incondicional de Arabia Saudita, escogió Riad para su primer viaje oficial con la esperanza de limar asperezas con un tradicional aliado.
Sin embargo, sus declaraciones posteriores a un canal egipcio elogiando a Hizbulah y apoyando su tenencia de armas junto con el Ejército, irritaron a la familia Al-Saud que canceló un viaje oficial del rey Salman bin Abdulaziz a Beirut, aunque ambos estadistas dialogaron en Jordania.
Hace semanas, el primer ministro libanés ratificó en el Cairo el apego al ‘consenso árabe’ y la identidad con Egipto, lo cual analistas apreciaron como un intento fehaciente de cortar lo que en el CCG se describe como ‘creciente tendencia de influencia iraní en la región y particularmente en El Líbano’.
Pese a reiterados llamados para que se desarme, la agrupación chiita se escuda en que es garante de la integridad del país frente al expansionismo de Israel, y además apoya con sus milicias al gobierno del presidente sirio, Bashar Al-Assad, en la lucha contras opositores y terroristas.
Hizbulah y Teherán son, junto a Moscú, sostenes militares de Damasco, y los dos primeros lideran las voces regionales más críticas con la guerra que desde 2015 encabeza Arabia Saudita contra los rebeldes houthis en Yemen.
Pero las posturas de la LA con Irán no fueron monolíticas ni homogéneas en el mar Muerto. En el CCG, baste de ejemplo Omán, y en la Liga Árabe no sólo El Líbano se sale del redil, pues Iraq es el único país con mayoría chiita y nexos sólidos con la nación persa que tampoco tiene intenciones de sacrificar.
Si bien Iraq rechazó la participación de ejércitos árabes en la lucha contra el EI, ahora apela a la contribución de esas naciones para reconstruir ciudades destruidas por la agrupación terrorista, teniendo en cuenta su dura situación económica agravada por la caída de los precios del petróleo.
Bagdad, no obstante, asistió a la cumbre con un ambiente triunfalista en su ofensiva contra el EI en Mosul y con un alto espíritu como resultado de ir venciendo a un enemigo común para los países árabes, además de constatar a comienzos de marzo progresos en su relación con Arabia Saudita y Kuwait.
El 25 de febrero, Adel Al-Jubeir realizó la primera visita de un canciller saudita a la nación mesopotámica desde 2003 para discutir vías de propiciar un reacercamiento entre ambas naciones, paso que observadores consideraron buscaría contrarrestar la afinidad de Bagdad con Teherán.
Por otro lado, a finales de marzo el portavoz del Gobierno iraquí Saad Al-Hadithi reveló que su país y Kuwait gestionaban la realización de una conferencia internacional de donantes, previsiblemente en el emirato, para financiar la reconstrucción de áreas reconquistadas al EI en Iraq.
En ese mismo mes, el vicecanciller kuwaití Khaled Al-Jarallah consideró viable la posibilidad de lanzar un diálogo entre el país persa y sus vecinos del Golfo, y reveló que su gobierno informó a los demás líderes del bloque el contenido de un mensaje que el presidente iraní envió al emir kuwaití.
RESPALDO ÁRABE
Sin retractarse de su alianza con Hizbulah ni distanciarse de Irán, la delegación libanesa en la cita árabe ganó respaldo a instancia de bloque y en varios contactos bilaterales paralelos que mantuvieron Aoun y Hariri.
El referido documento ‘Solidaridad con El Líbano’ valoró la propia elección de Aoun, el 31 de octubre de 2016 tras 29 meses de vacío presidencial, de ‘paso decisivo que garantiza la capacidad (del país) para enfrentar apremiantes retos políticos, económicos, sociales y de seguridad’.
A tono con el espíritu de la cimera, dicho manifiesto encomió el juramento del mandatario cristiano al asumir el cargo de ‘adhesión a la unidad del pueblo y la paz civil, manteniéndolo a salvo de las llamas que le rodean’.
Incluso, la LA aplaudió el llamado de Beirut a respaldar ‘una política exterior independiente basada en el alto interés nacional’, y respecto a Israel, con el que está técnicamente en guerra, se reafirmó el ‘derecho de los libaneses a liberar o recuperar’ los territorios ocupados.
Además, reconoció el ‘derecho a resistir a través de medios legítimos cualquier ataque’, y recalcó la importancia de ‘diferenciar entre terrorismo y resistencia legítima contra la ocupación israelí, lo cual es reconocido por el derecho y los principios internacionales’.
Expuso también su apoyo al reclamo de Beirut a la comunidad internacional para que ejecute la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU y otras que llaman a ‘acabar de una vez por todas con las violaciones de Israel y las amenazas a sus instalaciones e infraestructuras civiles’.
El comunicado elogió incluso el inicio aquí del proceso de licitación de excavaciones petroleras y la promesa de los estados árabes de ‘compartir la carga de los refugiados sirios’ y recalcó su presencia temporal.
Respecto a la seguridad, se enalteció el rol del Ejército y las Fuerzas de Seguridad en preservar la paz y la estabilidad, especialmente mediante ‘sus incesantes comportamientos en el combate a … toda suerte de actos terroristas y actividad armada en los territorios libaneses’.
Tanto el manifiesto solidario como la declaración final de la cumbre árabe estimaron de ‘importancia cardinal preservar la singular diversidad libanesa, y la coexistencia y el balance cristiano-musulmán’, así como el rechazo constitucional a naturalizar a los refugiados.
Como si caminara por un trapecio, El Líbano consagró en Jordania su vocación árabe y el compromiso o, cuando menos, la cordialidad con estados y procesos que sus poderosos vecinos sitúan en el llamado ‘Eje del Mal’.
* Corresponsal de Prensa Latina en El Líbano.