Por Ulises Canales *
Beirut (PL) En El Líbano, 2016 debió aguardar hasta el 31 de octubre para consagrarse como año histórico, luego de que el parlamento eligió a Michel Aoun jefe del Estado tras un récord de 29 meses de vacío presidencial.
La sesión 46 para la votación en el hemiciclo fue la decisiva después de 45 convocatorias fallidas de modo consecutivo durante dos años, cinco meses y seis días como consecuencia de un inamovible antagonismo político que también paralizó el resto de las instituciones estatales.
En medio de tal crispación, sólo los aparatos militares y de seguridad preservaron su cohesión por encima de sectas y religiones, y fueron determinantes en una intermitente pero sistemática guerra contra terroristas que asediaron a poblados fronterizos con Siria, en particular Arsal.
A nivel político interno, la dificultad para elegir al sucesor de Michel Sleiman, que gobernó hasta el 25 de mayo de 2014, obedeció a rivalidades de las grandes coaliciones legislativas: 8 de Marzo, que lidera el movimiento chiita Hizbulah, y 14 de Marzo, dirigida por el sunnita Mustaqbal.
Pero como ocurre con muchísimas otras cosas en esta nación levantina, el entorno regional incidió sobremanera en el prolongado bloqueo y el aparentemente súbito desbloqueo de la crisis, concretamente las acciones en un sentido u otro de potencias como Arabia Saudita e Irán.
Igualmente, se entremezclaron factores domésticos y foráneos como la falta de una nueva ley electoral con proporcionalidad confesional aceptada por las 18 sectas y grupos religiosos reconocidos en este país y, de forma indirecta, la guerra en Siria y el flujo de más de 1,5 millones de refugiados.
Tras una evidente demostración de fuerzas que amenazaba con perpetuar el desgobierno y la inoperancia del parlamento, el líder de Mustaqbal (Futuro, en árabe), Saad Hariri, formalizó a comienzos de octubre su apoyo a Aoun e hizo posible que se convirtiera en el decimotercero jefe de Estado libanés.
El ‘guiño’ de Hariri a Aoun, a pesar de ser el candidato de su adversario Hizbulah, parecía difícil, pero predecible pues luego del abandono de su nominado inicial Samir Geagea, postuló a finales de 2015 a Suleiman Franjieh, otro aliado del partido chiita y amigo del presidente sirio, Bashar Al-Assad.
Sin dudas, el cambio de postura fue resultado de un acuerdo que incluyó su designación como primer ministro (cargo que ya desempeñó de 2009 a 2011) y el encargo de formar un gobierno de unidad nacional, ‘amplio e incluyente’.
Analistas, diplomáticos y ciudadanos en general coincidieron en que dicho entendimiento requirió, de parte de Mustaqbal, la bendición de Riad, y del lado de Hizbulah, el visto bueno de Teherán, de ahí que muchos afirmaron que no fue un acuerdo ‘100 por ciento hecho en El Líbano’.
Y tanto fue así que incluso un día antes de la votación en la cámara, el rey Salman bin Abdulaziz de Arabia envió a Beirut a su ministro de Estado para Asuntos del Golfo Árabe (Pérsico), Thamer Al-Sabhan, y dos semanas después, al gobernador de La Meca, príncipe Khaled Al-Faisal. Al-Sabhan dialogó con más de 15 personalidades, incluidos el presidente del parlamento, el primer ministro, el patriarca de la Iglesia Maronita, el muftí (jerarca sunnita) del país, el principal clérigo chiita y los jefes de los principales partidos y bloques legislativos.
Básicamente, les animó trasmitiéndoles un sentimiento triunfalista que trató de borrar la idea de que la aparente concesión de Hariri ante la intransigencia de Hizbulah fue una rendición de Riad frente a Teherán, y que más bien se optó por asirse a un medio para lograr el verdadero fin.
En tono similar viajó el príncipe Al-Faisal para hablar con el ya presidente y con Hariri, como primer ministro designado, entre otras figuras.
A Beirut también llegaron escalonadamente con igual cometido, pero desde una perspectiva opuesta, el canciller iraní, Mohammad Javad Zarif, y el ministro sirio de Asuntos Presidenciales, Mansour Azzam, en su condición de enviado especial de Al-Assad, para felicitar a Aoun.
Mientras saludaban la victoria ‘de todos los libaneses’ y aseveraban que se produjo ‘sin ninguna interferencia extranjera’, los representantes del reino árabe y de la república islámica reivindicaron implícita o abiertamente protagonismo en el deshielo de la crisis.
Pero al ser consciente de que el escenario libanés obliga a un equilibrio institucional, Aoun prometió ceñirse a una línea de ‘disociación’ regional y apeló al mismo espíritu de unidad y cooperación para formar el Gobierno.
El presidente ofreció hacer cuanto pueda para que los refugiados sirios ‘regresen rápidamente’ a su patria y adoptar una política exterior independiente que proteja a su país de ‘los fuegos que arden a su alrededor’.
A su vez, el canciller Gebran Bassil, yerno de Aoun y aliado de Hizbulah, enfatizó que El Líbano ‘no puede existir sin su identidad árabe, sus vecinos árabes y sus relaciones normales con los estados árabes’.
Pero si para Bassil su país debía dar la imagen ‘de un Estado actuando con independencia en sus decisiones locales y política exterior’, para Hariri la elección del presidente y la formación del ejecutivo eran ‘una oportunidad de revitalizar los lazos con los estados árabes del Golfo’ Pérsico.
Justo la ruptura de relaciones entre Riad y Teherán a comienzos de 2016 precipitó un deterioro de los nexos entre Beirut y los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), molestos por la abstención libanesa en foros árabes e islámicos ante resoluciones promovidas contra el estado persa.
La confrontación derivó en el distanciamiento saudita y el congelamiento de una ayuda en armas y equipos al Ejército y las fuerzas de seguridad libanesas por valor de tres mil millones de dólares, a lo que siguió la clasificación de Hizbulah como organización terrorista por parte del CCG.
El hecho de que la Resistencia chiita descarte su desarme y sus milicianos participen en la guerra de Siria en apoyo a Al-Assad para combatir a opositores armados y terroristas que Damasco asegura son apoyados por Arabia Saudita y Qatar, mantuvo polarizado el panorama político doméstico.
A pesar del arreglo coyuntural para elegir al jefe del Estado, la dificultad de Hariri para formar el gabinete de unidad debido a disputas sectarias por la repartición de ministerios, corroboró que El Líbano, aún con presidente y gobierno, despidió 2016 sumido en su endémica fragmentación.