Las declaraciones públicas, las felicitaciones y los viajes a Beirut de enviados especiales de gobiernos, antes y después de la votación del 31 de octubre en el hemiciclo desvelaron la inmensidad de actores implicados e interesados en el desbloqueo del vacío presidencial que sufrió esta nación.
Aoun, líder del bloque Cambio y Reforma, la representación legislativa del Movimiento Patriótico Libre (MPL) fundado por él, se convirtió en el decimotercero jefe de Estado libanés gracias al apoyo dado a su candidatura por el ahora primer ministro designado, Saad Hariri.
Hariri es el líder del movimiento Mustaqbal (Futuro, en árabe) que encabeza la alianza 14 de Marzo, la contraparte en el parlamento de la bancada 8 de Marzo dirigida por el movimiento Hizbulah (Partido de Dios).
A pesar de su afinidad con Arabia Saudita y de que el principal impulsor de la nominación del general retirado fue el partido chiita aliado de Irán, el político sunnita invocó la ‘necesidad de proteger a El Líbano, al sistema (político), al Estado y al pueblo libanés’.
Bajo esa premisa arropó a Aoun y retiró en términos muy amistosos el respaldo a su hasta entonces candidato Suleiman Franjieh, otro político cristiano maronita que es jefe del movimiento Marada, aliado del Partido de Dios y amigo de la infancia del presidente sirio, Bashar Al-Assad.
Sólo tres días después de recibir la confianza del hemiciclo, el flamante presidente libanés ‘devolvió el favor’ al jefe de Mustaqbal y le encargó la formación del próximo gabinete, una faena que ya realizó de 2009 a 2011 y para la que empieza a reconocer preocupantes tropiezos.
Pero esa secuencia de hechos daría una visión sesgada de la realidad de este país árabe si se obvia a las fuerzas a todas luces determinantes -aunque insistan en disimularlo- para destrabar la crisis política-institucional.
LOS VECINOS CANTAN VICTORIA
Analistas advirtieron que la elección de Aoun no sería obra de una ‘varita mágica’ y mucho menos algo gratis para El Líbano, en cuya polarización política incidieron e inciden factores tan diversos como la guerra en Siria, el arribo desde allí de más de un millón de refugiados y la crisis en Yemen.
También la condicionó la correlación de fuerzas en la región del golfo Pérsico, sobre todo la rivalidad y la ruptura de relaciones diplomáticas hace casi un año entre sus dos pesos pesados: Irán, la república islámica chiita y persa, y Arabia Saudita, el reino sunnita y árabe.
Un día antes de la votación en el Legislativo, el ministro de Estado saudita para Asuntos del Golfo Árabe (Pérsico), Thamer Sabhan, concluyó una visita oficial a Beirut en la que bendijo la decisión de Hariri y la elección de Aoun, y fijó reglas de juego para las relaciones futuras. Sabhan dialogó con más de 15 personalidades, incluidos el presidente del parlamento, el primer ministro, el patriarca de la Iglesia Maronita, el muftí (jerarca sunnita) y el principal clérigo chiita, y resaltó la necesidad de buscar ‘crecimiento floreciente’ y ‘preservar la identidad árabe’ del país.
Además, habló con los jefes de los principales partidos en un evidente afán de borrar la idea de que la aparente concesión de Hariri ante la intransigencia de Hizbulah fue una rendición de Riad frente a Teherán, y que más bien se trató de asirse a un medio para lograr el verdadero fin.
La congratulación del rey Salman bin Abdulaziz y de los demás monarcas del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) tuvieron el mismo tono victorioso frente a un ‘eje del mal y desestabilizador’ que supuestamente forman Irán, Siria, Iraq y los grupos de resistencia en El Líbano, Yemen y Palestina.
Con similar visión triunfalista, aunque desde otra perspectiva, el canciller iraní, Mohammad Javad Zarif, arribó el 7 de noviembre a Beirut para felicitar a Aoun y subrayó que su elección fue una ‘victoria para todos’, que se realizó en una votación ‘sin ninguna interferencia extranjera’.
El jefe de la diplomacia persa no desaprovechó la ocasión para ‘aconsejar’ a los gobernantes sauditas que ‘abandonen sus políticas de corta visión’ y urgirlos a ‘ayudar a matar pronto el fuego iniciado por los terroristas takfiristas en la región’, que según Teherán y Damasco son apoyados por Riad.
En la reunión con su homólogo libanés en funciones, Gebran Bassil, el canciller persa aseveró que ambos estados ‘tienen dos principales enemigos -los takfiristas (terroristas islámicos sunnitas) e Israel- y ese es un elemento para la unidad’, incluso entre todos los árabes y musulmanes.
Sin embargo, para Alí Akbar Velayati, consejero de política exterior del líder supremo de Irán, ayatolah Alí Khamenei, la llegada al poder de Aoun ‘mostró el nuevo apoyo para la resistencia islámica (contra Israel)’.
El excanciller persa valoró que fue ‘una victoria para Hassan Nasrallah, el líder de Hizbulah y de la Resistencia islámica en El Líbano’, creada en 1982 con apoyo y asesoría iraní, y auguró que beneficiará al ‘frente de la Resistencia en Siria’ para el que -acotó- El Líbano es ‘muy importante’.
Entre los primeros extranjeros de alto rango llegados a Beirut también estuvo el ministro sirio de Asuntos Presidenciales, Mansour Azzam, quien en su condición de enviado especial de Al-Assad felicitó a Aoun y le trasmitió confianza en la solidez de las relaciones bilaterales.
Azzam afirmó que Damasco ‘continúa la misma página de lazos constantes y balanceados’ con este país y a preguntas de periodistas subrayó que ‘no había una nueva página por comenzar en reemplazo de una vieja’.
‘Lo principal es el interés común de ambos países, incluida la estabilidad y la seguridad’, apuntó al añadir que ‘Siria y El Líbano identifican a Israel y al terrorismo como sus enemigos, por lo que estamos en el mismo barco’.
Por otro lado, reveló que el mandatario libanés le ratificó los fuertes lazos entre los dos estados y pueblos, y la ‘profunda relación de hermandad’ entre él y Al-Assad.
Tal aseveración pareció zanjar definitivamente la enemistad de antaño agravada cuando tropas sirias cumplieron órdenes del entonces presidente Hafez Al-Assad y expulsaron a Aoun y sus milicias cristianas del palacio Baabda, en octubre de 1990, en las postrimerías de la guerra civil.
RESISTENCIA, GOBIERNO E IDENTIDAD ÁRABE
Para el vicejefe de Hizbulah, jeque Naim Qassem, el fin del vacío presidencial fue una ‘victoria para El Líbano frente a las complicaciones internas y externas’, aunque en su mismo partido hubo valoraciones distintas.
El también jeque Nabil Qaouq, una figura influyente dentro del Partido de Dios, sostiene que esa agrupación se tornó ‘políticamente más fuerte’ después de la elección de Aoun, y dio al traste con lo que definió como ‘campaña de incitación lanzada por Arabia Saudita contra Hizbulah’.
‘Si el objetivo de la campaña fue debilitarnos políticamente, les falló, y si fue desalentar a la gente a apoyar a la Resistencia, también, porque Hizbulah está creciendo más fuerte a nivel político y popular’, recalcó.
En el ámbito militar, el clérigo chiita acotó que ‘los campos de batalla (entendidos como Siria e Iraq) han probado que sus apuestas han fracasado porque la Resistencia se tornó más fuerte y más invencible que nunca’.
No obstante, Hizbulah, que se abstuvo de nominar a Hariri para primer ministro, aunque tampoco lo vetó, se pronunció por la formación de un gobierno de unidad nacional que ‘no excluya a nadie, ni respalde un enfoque vengativo’, según el jeque chiita Mohammed Yazbek.
‘De esa forma todo El Líbano triunfaría, y no un grupo sobre otro’, acotó el jefe del llamado Comité Jurídico del Partido de Dios al pedir trabajar ‘mano a mano para facilitar las cosas’.
Conscientes de que el escenario político libanés obliga a una política de equilibrio institucional, Aoun y Hariri prometieron ceñirse a una línea de ‘disociación’ o neutralidad regional y apelaron a ese mismo espíritu de unidad y cooperación para formar el Ejecutivo.
Al emisario de Al-Assad y a los libaneses en general, el presidente les ofreció hacer cuanto pueda para que los refugiados sirios ‘puedan regresar rápidamente’ a su patria y adoptar una ‘política exterior independiente’ que proteja a su país de ‘los fuegos que arden a su alrededor en la región’.
En ese sentido, Bassil, líder del MPL y aliado político de Hizbulah, afirmó que El Líbano ‘no puede existir sin su identidad árabe, sus vecinos árabes y sus relaciones normales con los estados árabes’.
Pero si para el canciller su país debe dar la imagen ‘de un Estado actuando con independencia en sus decisiones locales y política exterior’, para Hariri la elección del presidente y la formación del gobierno es ‘una oportunidad de revitalizar los lazos con los estados árabes del Golfo’.
Al intentar garantizar seguridad y crecimiento, señaló que los países del CCG son un ‘espacio económico vital’ para El Líbano porque dan oportunidades de trabajo a los libaneses, son mercados para las exportaciones, fuentes directas de inversiones en esta nación y esenciales para su turismo.
Los gobiernos y fondos de desarrollo del Golfo, recordó, también constituyen ‘la primera fuente de asistencia’ y facilitaron el financiamiento de proyectos de reconstrucción y desarrollo tras la guerra civil.
Pero la incuestionable idiosincrasia árabe de esta nación también pasa por el tamiz de la rivalidad político-confesional, pues los sunnitas y sus aliados cristianos la piensan mirando al CCG, un bloque en perenne fricción con Irán y que por presiones de Riad califica a Hizbulah de grupo terrorista.
El Partido de Dios y otros miembros de la Resistencia, así como los cristianos de Marada y del MPL de Aoun y Bassil, también se identifican como árabes, aunque con gran afinidad o -en su defecto- cordialidad y aceptación de Teherán y Damasco, donde gobiernan chiitas.
Dada su singular heterogeneidad de fuerzas, en El Líbano los lazos con Riad y Teherán siempre estarán a buen recaudo, incluso en tiempos de tirantez como los de inicios de 2016 con Arabia Saudita y el CCG, y lo que decidirá la estabilidad del futuro gobierno será su habilidad para cuidar ese equilibrio.
Fuentes citadas por el diario As Safir indicaron que la primera visita al exterior de Aoun será en breve al reino wahabita, donde prevé revitalizar los lazos deteriorados este año y reactivar un acuerdo de ayuda militar.
La monarquía Al-Saud suspendió una ayuda de tres mil millones de dólares para dotar de armas y equipos al Ejército y las fuerzas de seguridad libanesas luego de que Beirut se abstuvo de condenar a Irán en foros árabes e islámicos por los ataques a sedes diplomáticas sauditas en el país persa.
Quienes conocen que El Líbano es un virtual polvorín político y militar no se sorprenderán de que tras el júbilo generalizado por la elección de Aoun se reaviven viejas disputas, como la relación con Irán, Arabia Saudita o Siria, el desarme de Hizbulah y la llamada ecuación Ejército-Pueblo-Resistencia.
Pero será con la gestión del Gobierno que se trazarán rumbos, se impondrán líneas rojas y se conocerán los indiscutibles vencedores.