La nieve cubre muchos paisajes de este montañoso Líbano, desde Beirut hasta Balbeck con sus majestuosas ruinas, o hasta Becharre con sus cedros supervivientes. Árboles de Navidad, uno de ellos erigido en Biblos, considerado uno de los más altos del mundo, decoran estos días sus calles.
No hay un país árabe en el que la Navidad sea más popular, no sólo en poblaciones cristianas sino también musulmanas. En mi barrio de Hamra, de población musulmana suní con iglesias de diferentes ritos, griego ortodoxo, melquita y latino, estas fiestas alegran las calles. En algunas casas libanesas se arman incluso pesebres, junto al árbol navideño. Hoteles, restaurantes, tiendas esperan estas fechas como un anhelado maná de consumidores.
Las comunidades cristianas y ortodoxas siguen divididas en la celebración de la Navidad y de la Epifanía. Las iglesias ortodoxas, incluyendo la copta egipcia y la armenia, festejan el nacimiento y la resurrección de Jesús el 6 y el 7 de enero, por la divergencia entre sus calendarios gregoriano y juliano.
En la parroquia latina de Hamra, regida por los capuchinos, hay misas en árabe, en francés, en inglés e incluso en tagalo debido a la numerosa colonia de mujeres católicas filipinas que trabajan en Beirut como empleadas domésticas.
Fue el papa Juan Pablo II durante su viaje a Beirut quien definió Líbano como “un mensaje” al mundo de convivencia entre el cristianismo y el islam. En estos tiempos de turbulencias telúricas en los pueblos del Levante árabe, Líbano, con sus cuatro millones de habitantes, se esfuerza en no ser arrastrado al abismo de la guerra de la vecina Siria, con un millón doscientos mil refugiados acogidos en este pequeño país.
La historia entre Beirut y Damasco, a solamente un centenar de kilómetros de distancia, por una carretera ahora con tramos muy nevados y que a veces en invierno hay que cortar, es una historia de amor y rencor. Si los sirios ahora se refugian en Beirut, en guerras anteriores –como la que se extendió desde 1975 hasta 1990 o la última, del 2006– eran los libaneses los que encontraban las puertas abiertas de Siria, donde buscaban temporal cobijo. Las desgracias de la guerra, la suerte de los cristianos, inquietan esta Navidad.
Los cristianos libaneses, que pese a su pérdida de influencia política continúan dando a Líbano su especial carácter de libertad, no han tenido que emigrar en masa como sus correligionarios de Alepo, de Mosul, de Damasco.
Alrededor de cuatrocientos mil cristianos tuvieron que abandonar Alepo , donde vivían, como los cristianos de Iraq, desde hace dos mil años. En Alepo se celebra la Navidad en sus barrios del oeste, como Suleimanya, Midan, donde viven muchos armenios, y se ven restaurantes y tiendas con árboles navideños
En el céntrico barrio de Jdeide, no lejos de la mezquita de los omeyas y de los zocos que llegan a los pies de la ciudadela recién reconquistada por el ejército, su población tuvo que abandonar sus casas ahuyentada por los combates de soldados y rebeldes, y sus catedrales e iglesias fueron cerradas.
En Damasco, en el barrio cristiano intramuros de Bab Tuma, católicos y ortodoxos pueden celebrar en paz estas jornadas. Bajo el régimen sirio se ha respetado su libertad de culto, algo imposible en todas las monarquías petrolíferas absolutistas de la península Arábiga y del Golfo, donde ni se consiente que se celebre en público la misa.
El barrio de Bab Tuma se anima con estas fiestas religiosas, signo de identidad de los cristianos. Ante sus iglesias de varios ritos –Damasco tiene tres patriarcados– se congregan grupos de muchachas y muchachos para conversar y hacerse fotos con sus teléfonos móviles. A través de los altavoces de las tiendas se difunden los cantos e himnos de la Navidad, como las canciones de la libanesa Fayruz. Sus habitantes se han acostumbrado en estos años de guerra a las fuertes explosiones en la ciudad, al ruido de los aviones de combate. El humilde repicar de campanas de Bab Tuma apenas se oye en su pequeño vecindario.
Es un barrio de callejuelas antiguas por las que con destreza circulan taxis amarillos, automóviles e incluso camionetas, un abigarrado vecindario donde se encabalgan patriarcados, convento, iglesias grecoortodoxas, armenias, siriacas, maronitas, latinas, siempre atestadas de devotos, sobre todo durante la Navidad y la Pascua, tiendas de teléfonos móviles de todas marcas y colores, de antigüedades y tapices, con cafés de internet, restaurantes, hoteles y discotecas como Tao Bar y Zodiac.
En la ciudad siria de Qamishli, junto a la frontera turca, apenas se celebra la Navidad por temor a atentados terroristas, como los que sufrió el pasado año. Y en la localidad iraquí de Qaraqosh, cerca de Mosul, los habitantes que regresaron tras su conquista por los peshmergas kurdos no se sienten seguros y se han encerrado en sus casas para conmemorar la gran fiesta anual de su religión.
En Iraq, el calvario de los cristianos comenzó a partir de las guerras de 1991, continuó con la del 2003 (la invasión de EE.UU. contra el rais Sadam Husein) y ha seguido hasta la guerra de los yihadistas del Estado Islámico que se adueñaron de Mosul. Las primeras iglesias del norte de Iraq datan del segundo siglo de nuestra era, y su existencia es muy anterior al islam. En el 2003 vivían un millón y medio de cristianos en Iraq, y hoy, sólo quinientos mil.
La comunidad copta de Egipto, que es la más numerosa de Oriente Medio, fue víctima de un reciente atentado terrorista en una iglesia paredaña a la catedral de San Marcos de El Cairo. En la Nochevieja del 2010, 22 coptos murieron en otro ataque a una iglesia en Alejandría.
Es indiscutible que la vulnerabilidad de los cristianos se ha agravado con las intervenciones militares estadounidenses en Oriente Medio, las llamadas primaveras árabes y las guerras de los bárbaros del islam. Para ellos es fácil asimilarlos o por lo menos considerarlos simpatizantes del Occidente cristiano, de la potencia norteamericana, olvidando su patriotismo árabe. Ahora son sospechosos de ser menos árabes que los musulmanes.
En el Santo Sepulcro de Jerusalén, centro de la cristiandad, católicos y ortodoxos celebran también separados sus oficios divinos.
Hace años asistí a la misa de Nochebuena en Belén. Cuando el patriarca latino de Jerusalén, Michel Sabag, el primer patriarca católico palestino, llegó a la gran plaza de la basílica, le recibieron los vecinos de la localidad y de los pueblos cristianos de los alrededores, como Beit Yala y Beit Sahun, entonando canciones navideñas en árabe.
En Belén se celebra la misa de Nochebuena y los oficios sagrados de la Navidad con la tradicional procesión a la Cueva del Nacimiento enclavada en la iglesia greco-católica paredaña a la de Santa Catalina, regentada por los frailes franciscanos.
Un año, la silla que debía ocupar el rais Yasir Arafat en el templo quedó vacía porque el entonces primer ministro de Israel, Ariel Sharon , le impidió salir de su residencia en la asediada Moqata en Ramalah.
Arafat, musulmán suní, estaba casado con una mujer de la comunidad grecoortodoxa, la más predominante en el Levante árabe. Cada año, asistía en Belén tanto a la Navidad católica como a la ortodoxa para reforzar la unidad entre los cristianos y el espíritu nacional entre cristianos y musulmanes de Palestina.
Los cristianos son la sal de Oriente Medio.