El espectáculo de la formación del gobierno se vuelve tragicómico y el papel de Godot que desempeña el designado primer ministro para formar el gobierno se vuelve insoportable y peligroso.
Saad Hariri abusa de la cobertura de la «iniciativa Macron» para justificar sus vacilaciones cuando está claramente lejos de los objetivos de esta iniciativa. Su rechazo declarado a la auditoría forense, apoyado por la banda de mafiosos en el seno del poder, constituye la primera afrenta a esta iniciativa. Es evidente que estas personas nunca podrán autorizar este tipo de auditoría que va a desenmascararlos y presentar las pruebas de su robo organizado del estado desde 1992.
Su insistencia en mantener a los ministerios de Justicia e Interior confirma sus intenciones de matar de raíz cualquier proyecto de saneamiento del funcionamiento del Estado y de protegerse ante cualquier intento posible de persecución de las personas que hayan despilfarado el dinero público.
Su voluntad de elegir «sus» tecnócratas sacados de sus sociedades o entre sus servidores, nunca podrá responder a las exigencias de la iniciativa francesa de formar un gobierno apolítico.
Los tecnócratas enmascarados son peores que los políticos porque serán aún más manipulables y influyentes. Acabamos de vivirlo con el gobierno saliente de Diab. Por otra parte, un verdadero gobierno tecnócrata «de misión» debe formarse empezando por su presidente, y no veo cómo Saad Hariri, político por excelencia y especialista en la quiebra de sus sociedades, tiene derecho a abogar por la formación de tal gobierno.
Por último, su terquedad en nombrar a los ministros cristianos, mientras que él mismo, Berri, Nasrallah, Joumblat y otros nombran a sus ministros, y esto va en contra del texto y espiritu de la constitución, y demuestra la voluntad no oculta de apoderarse de nuevo de todo el poder.
Confirma sobre todo la marginación de un importante componente de la sociedad, un juego en el que el partido que preside, el Futuro, fundado por su padre difunto Rafiq Hariri, ha predominado durante años apoyado por todo el resto de la camarilla.
Cabe señalar, por otra parte, que esta actitud va en contra del último mensaje expresado por el Papa Francisco recientemente sobre el Líbano y el futuro de los cristianos en ese país.
En resumen, este retraso en la formación del gobierno revela la última batalla de la camarilla de Taef para resucitar su organización de poder que les permitió saquear al estado, controlar el funcionamiento del país y bloquear todo intento de cambio o saneamiento del estado.
Hariri no está solo en esta batalla. Está apoyado por sus acólitos, precisamente Nabih Berri, presidente del Parlamento desde 1992 y padrino de todo lo que ha sucedido desde entonces en el Líbano, y Walid Joumblat, líder de su partido y de su comunidad desde hace más de 40 años, y que se autocalifica como «Tiburon», reconociendo sin vergüenza sus implicaciones en la malversación de fondos públicos.
Hoy día, sólo el Presidente de la República, el general Michel Aoun, hace frente a este hecho consumado que la camarilla de Taef intenta imponer. Es el único quien está exigiendo la auditoría forense como medio para aclarar y sanear las cuentas del estado, pero sobre todo para juzgar el contrabando oficial.
La iniciativa francesa es por el momento la única vía de salvación ofrecida a los libaneses, y no hay que perder esta oportunidad.