El turismo aporta 67.3% del Producto Interno Bruto (PIB) del Líbano. La agricultura, de estilo mediterráneo, aporta el 12%. Desde el Líbano exportan joyas, metales, productos químicos, bienes de consumo, frutas, tabaco, legumbres y materiales de construcción.
El Líbano alberga la ciudad habitada más antigua, Biblos, fundada 5.000 años A.C. por Cronos (titán que en la mitología griega personifica las edades, el Tiempo) y de donde deriva el nombre del libro más leído por la Humanidad: la Biblia. Otros fechan a Biblos 2.500 A.C.
El nombre de Líbano derivaría de Lebanon, tal y como lo menciona la Biblia, y que significa, en hebreo, monte blanco. Siguiendo el texto más leído de la Historia, tenemos que mencionar con frecuencia este país como límite noroeste de la Tierra Prometida y productor de madera de cedro. También poetas y profetas lo nombran por su nieve lebanón, haciendo referencia, además, a la presencia de leopardos, leones y árboles de imponente presencia.
De raíces semitas originarias de Canaán, sus naturales serán bautizados por los helenos como fenicios (rojos, en griego), denotativo del color característico de un tinte con el que comerciaban 2.700 años A.C.
Ciudades como Sirón, Tiro o Berytos (Beiruth), también acogerán a los rojos sobre el suelo de lo que conocemos actualmente como Líbano. Egipcios, romanos, otomanos, franceses, los ya mencionados griegos y otros habitantes de las regiones próximas, serán atraídos -con el resultante cruce de culturas y genes- por las bondades de un suelo rico en madera y de la necesaria agua para sustentarla, algo escaso en sus países de origen.
Aún hoy el cedro libanés es considerado el mejor del mundo, y esta conífera se convirtió en el símbolo del país. Sirvió de material para construir la residencia del rey David, mientras otros monarcas vecinos vivían en chozas endebles. La longevidad del árbol símbolo de Líbano es tal que en Anatolia meridional se encuentran aún, en estado silvestre, ejemplares con entre 2.000 y 3.000 años de edad.
Algunos historiadores consideran que será con la definitiva victoria de Alejandro Magno sobre los persas, sellada en la batalla de Isos, donde el actual territorio de Líbano entra en la configuración territorial helénica-macedónica y así en la Historia como asentamiento humano con límites geográficos bien definidos.
A la muerte de Alejandro, una parte del vasto imperio que levantara se fragmenta en manos de sus generales, asumiendo uno de ellos, Seleuco, la porción territorial que hoy corresponde a Líbano, donde establecerá su dinastía, los seleúcidas (312-63 A.C.), de marcado estilo griego-macedónico. Seleuco, sin pausa ni piedad, levantará un imperio casi tan grande como el de Alejandro, cuya misma extensión -en medio de guerras, insurgencias y secesiones- llevará a su disolución. Nuevos estados y provincias, unos breves otros no tanto, lucharán por subsistencia o dominación. Entre ellos destaca el territorio de lo que hoy conocemos como Siria (que durante siglos llevará en su seno al embrión de Líbano y que en el devenir será subyugada por los franceses). Tigranes II, rey de Armenia, aprovechando las luchas y las divisiones seleúcidas, invade Siria en 83 A.C. dando la puntilla al imperio creado por Seleuco, que, en medio de sus estertores, dará fiera y terca batalla en procura de su supervivencia.
Roma no vio con buenos ojos tanta inestabilidad y Pompeyo, en el 63 A.C. finiquita el asunto convirtiendo a Siria, finalmente, en provincia romana.
Sería demasiado extenso reseñar acá el cuantioso número de guerras y avatares en que se vio sumido el hoy pequeño país de 250 kilómetros de largo por 50 de ancho, para terminar respirando su propio aire. Basta decir que fenicios, maronitas, turcos, árabes, egipcios, mongoles, entre otros, dejaron su impronta sobre el territorio. Con ellos diversas religiones serán parte de este crisol.
Para 1697, toca a Europa ejercer influencia y poder sobre Líbano, mientras Francia instala su comercio en puertos locales y, dando apoyo militar y político a facciones en pugna, acrecienta poder, que concretará en 1923 con el Estado Sirio Federado de el Gran Líbano o Mandato Francés del Líbano. Poco después, dará paso a la actual República Libanesa. Podemos decir que finaliza así un tortuoso camino recorrido de los tiempos bíblicos al siglo 20.
Historia en Venezuela
En 1861 llegó, por Puerto Cabello, el primer libanés. Hoy, se estiman entre 800.000 y un millón los libaneses en Venezuela. Las dificultades que constantes ocupaciones e inestabilidad económica y política acarrearon a sus naturales, hicieron que encontraran en Venezuela alivio, así como lugar seguro para desarrollarse, tal y como reconoce el actual embajador de Líbano en Venezuela, Elías Lebbos.
Las habilidades comerciales mostradas desde tiempos de los fenicios han contribuido a enriquecer nuestra práctica bancaria y de seguros. En construcción también han aportado experiencia y sabiduría milenaria. En Medicina no es extraño encontrar especialistas de esos apellidos en las carteleras de reputados centros de salud. Grandes y minuciosos trabajadores, generalmente el éxito los acompaña en sus quehaceres.
Su gastronomía es de nuestro agrado y en nuestras ciudades encontramos lugares donde degustarla. Su cocina es una mezcla de ingredientes, condimentos y formas milenarias de preparación incorporadas a lo largo de historia a las suyas propias. Lo árabe y lo turco, con un aire a la francesa se hacen sentir en sensual encuentro.
Conocidos por su inclinación al buen comer, los libaneses tienen gran inclinación por la carne de cordero, muy bien representado en el kibbeh. Crudo, horneado o frito, lo consumimos con placer.
La meze, que no es otra cosa que una serie de platos preparados a base de cremas de garbanzo, queso, pimentón -siguiendo la tradición siria-, con entradas de carnes crudas rojas o blancas, con sal y pimienta al gusto y acompañados por ensaladas como el tabuleh y fatush, nos son familiares a los venezolanos hace tiempo.
En sus platos casi siempre se encuentran los mismos ingredientes, sólo que su utilización y mezclas dan una variedad única a la gastronomía. Hojaldre, trigo, sémola, quesos, pepino, yogurt, piñones, nueces, tomates, pimentones, ajo, cebollas, semillas de girasol, ajonjolí, orégano, clavo, canela, pimientas, perejil, hierbabuena, albahaca, cáscara de naranja, olivas, aceites, vinagres. Todas materias primas que entregan sabores, colores y olores con la que se da forma, aroma y gusto a una de las gastronomías más espectaculares que haya desarrollado el ser humano.
Pescados y productos del mar y frutas, se agregan al variopinto concierto, mostrando la influencia mediterránea y dándole exotismo a la comida libanesa. Además, de una región a otra la preparación y estilo varían, lo que da gran colorido a esta cocina, y podemos hasta llegar a creer que son diferentes cocinas en un mismo país. Dato importante es que las carnes, donde predominan las aves, son desprovistas de todo tipo de grasas y nervios, aportando al criterio de saludable del que disfruta la comida del monte lebanon.
Economía y esfuerzo
Víctimas de invasiones y guerras intestinas, han levantado, una y otra vez la economía de su país, llegando hasta ser centro financiero del Medio Oriente. Exportan joyas, metales, productos químicos, bienes de consumo, frutas, tabaco, legumbres, materiales de construcción, etcétera.
El turismo aporta 67.3% del Producto Interno Bruto (PIB). La agricultura, de estilo mediterráneo, aporta el 12%.
Con ayudas internacionales, Líbano ha venido recuperándose. Beirut, su capital, vuelve a ser llamada la París de Oriente, y el país, se conoce como la Suiza de Oriente.
Entretanto, Venezuela y el Líbano profundizan sus actividades comerciales, industriales, agrícolas, energéticas, culturales, educativas, de comunicación e información, cuyo éxito no sólo intensificará una relación centenaria sino que se traducirá en bienestar para los ciudadanos de ambos países.