Es difícil hablar del Líbano. ¿Por dónde se comienza? ¿Por su lugar estratégico con salida al Mediterráneo, razón por la que ha sido invadida tantas veces? ¿Por darle hospitalidad a más de un millón y medio de sirios? ¿Por la cantidad de libaneses viviendo en el exterior, número que sobrepasa al que habita en el país que, según el guía son unos cuatro millones, y que sólo en Brasil hay más de ocho?
El Líbano es eso y mucho más, por lo que percibo, están expandidos y conectados. Acabo de ver en la televisión de Beirut, un comercial de la Secretaría de libaneses en el exterior que los invita a una gran convención en Las Vegas, donde los temas a tratar serán: comercio, oportunidades para invertir, identidad…en pocas palabras, conexión con sus raíces.
El tema del Líbano es complejo, entre guerras y vecinos complicados; no tengo información suficiente para emitir un análisis, ni tampoco es el objetivo. Únicamente puedo compartir lo que veo e intuyo. No es dogma de fe, son simplemente reflexiones y más preguntas.
Mi primera impresión es lo inmenso del conjunto de ciudades atiborradas de edificios. No se sabe dónde termina Beirut y comienza Harissa o Byblos… Hay nuevas construcciones por doquier. Pero también, muchos de estos edificios están vacíos. ¿Dónde están las industrias? ¿De qué viven? Los libaneses son gente muy trabajadora y aquí o acullá logran destacar en sus aéreas. Me pregunto si tanta construcción no corresponde a los hijos del Líbano en el exterior, cuya nostalgia de la tierra de sus mayores los motiva a tener un algo propio en honor de sus antepasados y se lanzan a construir un edificio de departamentos para rentar sin realmente importarles si se rentan o no; el objetivo se alcanzó: un cachito del Líbano regresó a su familia.
En Beirut hay un halo de tristeza suspendida en el aire. La ciudad está en duelo y no puede ocultarlo. Se ve sucia, desaliñada, triste. La batalla entre las religiones no permite ponerse de acuerdo. Seguramente detrás de eso, hay mucho más. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie, buscan excusas para inventarse fiestas y ahí desbordan su alegría y opción por la vida. Dos noches de fiestas de boda en el hotel me dicen que están hartos de sufrir, que el invierno ha sido largo y esperan con ansia que llegue la primavera.
En la bahía de Jounieh, en el antiguo puerto en la Ciudad de Byblos, está una estatua en honor del libanés que desde ahí se embarcó para conquistar el mundo. Cosa curiosa, esta misma ciudad fue habitada por muchos otros que querían conquistar otros mundos, como el imperio romano y los Cruzados camino a Jerusalem.
Visitamos Harissa donde se encuentra la iglesia de Nuestra Señora del Líbano. Desde lo alto se admira una vista maravillosa de la bahía. Cuenta la leyenda que en los tiempos de la Guerra Civil, la virgen no pudo aguantar el dolor de ver a los habitantes de Beirut sufrir y volvió su cuerpo para mirar el mar.
Comimos delicioso en un restaurante de Byblos. Lo tradicional es el humus de garbanzo, el jocoque, variedad de aceitunas, el aceite de oliva de extraordinaria calidad. El pan árabe es sumamente delgado y delicioso. Queso de cabra, alambres de pollo o carnero, tomates asados, pepinos fresco o agrios, deliciosos dulces.
Fue lindo caminar por Byblos y sentir la historia en los pies. Como cuando, hace más de dos mil años, los habitantes de estos rumbos, llevaban el nombre de fenicios e inventaron el alfabeto que hoy nos permite contar estas historias. En la construcción llamada La Ciudadela, han ido excavando y descubriendo rastros del paso de los romanos, de los Cruzados con Ricardo Corazón de León al frente, de los otomanos encabezados por Saladino… entre otros, todos con un solo deseo: expandir sus imperios, que, por lo visto, parece ser base del espíritu de nuestra civilización y que nos cuenta que la física tiene razón: todo lo que sube, termina por bajar.
Fue una visita muy rica, donde las piedras, entre olivos y cedros, querían hablar para contarnos su rebanada de la historia.
Tanto para digerir y disfrutar. Hoy decidí quedarme en el cuarto para resetear mi disco duro. Demasiado de todo. Preferí quedarme en casa y compartir lo vivido como una manera muy rica de digerir y volverlo a disfrutar.
Margarita Robleda Moguel
La Jornada Maya
Lunes 9 de octubre, 2017