Con 112 candidatas registradas, las libanesas baten un récord histórico en la competición por los escaños parlamentarios desafiando al sistema patriarcal.
“La política es cosa de hombres”, “ahora no es el momento” o “no hay mujeres cualificadas”, son las zancadillas verbales que, dicen las candidatas, llevan escuchando desde hace años.
“Llevo 15 años trabajando como periodista y escritora en defensa de los derechos de la mujer, ya es hora de pasar a otro nivel, entrar en política y generar un impacto en la esfera legal”, dice en Beirut Yumana Haddad, candidata independiente de 47 años.
En un país convertido en el reino de la cirugía plástica y donde la estética es cuestión de deporte nacional, al menos para ellas, estas mujeres pelean el doble por demostrar su valía profesional.
“Soy experta en el mercado de hidrocarburos, uno de los retos más importantes que habrá de afrontar el próximo Gobierno y pretendo estar ahí para definir las futuras políticas”, cuenta Laury Haytayan, de 42 años. Haytayan se ha presentado en las listas de Libaladi, plataforma política nacida por la crisis de gestión de basuras que en el verano de 2015 levantó masivas protestas populares en el país contra la corruptela crónica que aqueja a la casta política.
Doble patriarcado político-confesional
Las candidatas no lo tienen fácil. El primer obstáculo es el económico. Para poder echar la firma en el registro, Haytayan y Haddad han tenido que desembolsar ocho millones de libras libanesas (4.277 euros) cada una.
Para escalar la estructura tradicional han de enfrentarse a un doble patriarcado enraizado en la esfera política con los partidos tradicionales y en lo confesional, coto privado de hombres. La discriminación legal de las mujeres es uno de los puntos clave que las elegidas podrán abordar en el Parlamento, impulsando en la esfera legislativa la lucha social que durante décadas han librado en las calles.
“El 52% de la sociedad vive en un coma político, somos ciudadanas de segunda”, dice Haddad en español, uno de los siete idiomas que domina. La impunidad frente a la violencia machista, la imposibilidad para las libanesas de transmitir la nacionalidad a sus hijos, el no-derecho al divorcio o el matrimonio infantil, son algunas de las arcaicas leyes de un país donde religiones y política van de la
“El patriarcado confesional es un contrincante aún mayor que el político “, opina Joelle Abou Farhat Rizkallah, cofundadora de la organización Women in Front. Y ello, en un país en el que, con 4,5 millones de habitantes, conviven 18 confesiones diferentes.
“112 candidatas es una victoria histórica, pero ahora hay que ver qué posición ocuparán las mujeres en las listas”, apostilla Rizkallah. Según la nueva ley electoral, los candidatos y. candidatas tenían hasta el 27 de marzo para anunciar la lista a la que se unirían. Para ello, están sujetas a la compleja cuota confesional que varía en cada una de las 15 circunscripciones del país.
El distrito de Beirut I vale como ejemplo: entre los ocho escaños disponibles, seis de ellos deben ser ocupados por candidatos de las seis confesiones diferentes que profesan los votantes registrados en esa área. “Es decir, las mujeres competirán con los hombres que compartan su misma religión por el único escaño disponible en tanto que maronita, musulmán chií, greco-ortodoxa, católico, musulmán suní etc”, intenta resumir Rizkallah.
La segunda verja a la que habrán de enfrentarse es la del patriarcado político, uno donde los líderes de los partidos tradicionales y feudales han instaurado la vieja práctica por la que el capital político se hereda de padres a hijos. Los Jumblat, Karame, Frangieh, Geagea, o más recientemente los Hariri, son algunas de las familias asentadas en el espectro político libanés.
Estas dinámicas profundamente ancladas en el tejido social son las que paradójicamente han propiciado en el pasado la entrada de la mujer en política. Desde 1963, año en que la primera libanesa ocupó un escaño el senado libanés, tan solo 11 mujeres han pisado el parlamento. Las mismas candidatas han rotado en el hemisferio durante 55 años, cuya legitimidad política se basa en ser las hijas de o mujeres dehombres políticos asesinados o fallecidos.
Mirna Bistene fue la primera mujer en ocupar un escaño en 1963. Lo hizo reemplazado a su padre, el importante hombre de negocios, Emile Bustani, tras la repentina muerte de éste en un accidente de avioneta. Hoy, cuatro mujeres se sientan en el Parlamento: dos viudas, una hermana y una hija de. Hay una sola mujer entre los 30 ministros, y no precisamente a la cabeza del recién creado Ministerio de la Mujer, que dirige un hombre. Por lo que la entrada de las primeras candidatas independientes al hemisferio promete abrir más de una grieta en el techo de cristal que cubre al Gran Serrallo de Beirut.
Muchos ciudadanos se preguntan ¿Por qué ahora? La propuesta de una cuota del 30% de mujeres en el Ejecutivo libanés cayó en saco roto varios años atrás.
“Esto demuestra que se podían haber presentado antes, si no lo han hecho es porque no han querido”, reprocha Haifa W., ama de casa en Beirut.
“Una década de lobbyy de trabajo por parte de mujeres profesionales de todos los ámbitos”, responde en la capital libanesa la española Begoña Lasagabaster, representante especial de UN Women en Líbano.
“Hay que aprovechar el momentum pero también hacer un buen análisis de los resultados finales”, agrega. Lo cierto es que la histórica candidatura de mujeres responde tangencialmente al surgir de una consciencia social civil que rebasa la cuestión de género e incluso la de cambio generacional.
“De las 112 candidatas, tan solo el 12% han sido avaladas por los partidos tradicionales y 88% son independientes”, recuerda la cofundadora de Women in Front. Barómetro que refleja el pulso que libra una sociedad civil hastiada del deterioro socioeconómico bajo el poder tradicional.
Más de 11 partidos se han unido en la campaña electoral en marcha bajo una plataforma bautizada como Watani (mi patria) para competir con un único listado de candidatos independiente contra los partidos tradicionales en cada una de las circunscripciones del país. Las urnas pondrán a prueba la voluntad de cambio por parte del electorado y su peso en las zonas urbanas y rurales.