Cuando el avión se inclina para aterrizar en el aeropuerto de Beirut, sobre el ala derecha se ve el agua turquesa del Mediterráneo contorneando la costa de El Líbano, sinuosa y soleada. El país es tan pequeño que las playas, las montañas y los valles se condensan en una síntesis geográfica de una original belleza natural. Pero lo más característico de esta región es su capacidad para conjugar con intensidad la historia milenaria, el linaje árabe y la herencia colonial francesa.
Para visitarlo hay que despojarse de las expectativas del turismo tradicional y capturar la esencia del lugar. En este territorio del mítico Oriente, donde el paisaje cuenta como un atractivo natural, se mezclan leyendas, mitos, heroicas conquistas y caprichos de la historia reciente. Aseguran que Adán vivió en la magnífica Baalbek cuando era un oasis rodeado de cedros y que Salomón edificó el palacio más bello de toda Asia para su amada reina Saba, más tarde destruido por las hordas invasoras.
Son todos relatos difusos, teñidos de espíritu religioso. Lo verídico, en cambio, es aún más contundente. Fue la costa que eligieron los fenicios para conquistar comercialmente el Mediterráneo; la tierra donde Alejandro Magno fundó Heliópolis, la Ciudad del Sol; el valle dorado en el cual el romano Augusto levantó uno de los más impresionantes templos destinados a Júpiter, y donde sarracenos y cruzados combatieron por el favor de sus dioses.
Es una tierra llena de contrastes donde las tensiones religiones tienen raíces tan profundas como la Biblia y el Corán. Hay diferentes maneras de hacer turismo, pero una sola de hacerlo en este país de Oriente Medio: sumergiéndose en la historia y en un legado místico que contagia.
Del mar a la montaña
A los libaneses les gusta jugar con el hecho de que en un par de horas pueden pasar de bañarse en las aguas cálidas del Mediterráneo al frío de las cumbres. Esto es así porque su eje de sur a norte está atravesado por dos cordilleras paralelas que le dan un marcado contraste climático.
Estos relieves naturales, y la posición geográfica, la convirtieron en uno de los destinos turísticos más codiciados por los europeos y las ricas dinastías monárquicas del Golfo Pérsico. Los poderosos jeques de Arabia Saudita, Qatar y Emiratos solían abandonar sus insoportables veranos para pasar uno, dos y hasta tres meses en Beirut, frente al mar. Reservaban edificios completos para albergar a sus numerosas familias y empleados.
Pero en los últimos cinco años la guerra en Siria y el extremismo que condensa el país vecino afectó mucho el turismo en El Líbano. Algo similar a lo que ocurrió en Turquía e Israel. En su época de esplendor, el país de los cedros convocaba a unos 5 o 6 millones de turistas al año. Pero actualmente apenas llega al millón de visitantes, pese a que las autoridades remarcan que es tan seguro como cualquier región de Europa.
El Líbano fue una meca financiera en la década del 70, conocida como “La Suiza de Oriente Medio”, pero la cruel guerra civil que se desató en 1975 –duró unos 15 años- y la invasión israelí en 1980 acabaron con su esplendor. Sin embargo, poco a poco fue recuperando el brillo perdido.
Este año, el Líbano restableció la estabilidad política perdida con la elección de un nuevo presidente. Es un dato clave, ya que le permitió restaurar su seguridad interna. Las características de Oriente Medio lo hacen un país complejo en lo político. Está gobernado en partes iguales por tres vertientes comunitarias, donde religión y política se confunden entre sí: por ley, el presidente es católico maronita, el primer ministro musulmán sunnita y el presidente del Parlamento un musulmán chiíta. El equilibrio es fundamental, y un condimento cultural que enriquece esta heterogénea sociedad árabe.
El Líbano tiene 10 mil años de historia, donde las diversas civilizaciones dejaron sus huellas culturales y arqueológicas. Y esto se puede palpar en cada calle por la que uno camina. El subsuelo de Beirut y de otras ciudades libanesas está sembrado de reliquias antiguas.
La influencia árabe, que se refleja en la arquitectura, asume también rasgos cristianos y europeos -especialmente francés-. Mezquitas y basílicas se entremezclan con rascacielos modernos. Beirut tiene una profunda influencia occidental, con comercios de las firmas más famosas de Europa. Pese a ello, conserva valores y costumbres orientales.
Beirut, babel
La capital libanesa, destruida y reconstruida cientos de veces, es una pequeña babel con un tránsito caótico sin demarcaciones ni normas peatonales. Resulta fácil comunicarse: los libaneses hablan tanto el árabe como el francés -herencia de la época colonial del siglo pasado-, así como el inglés. El manejo de idiomas parece haberse convertido en parte de ese rasgo de hospitalidad que caracteriza al árabe. Beirut es una ciudad multifacética, con rasgos mixtos de Oriente y Occidente. Algunos barrios que dan al paseo marítimo, como Manara, Rouché y Gemmazeh, tienen una gran vida nocturna. Una de las más activas de Oriente Medio.
También en el paseo de Jounieh, donde en las mesas de los restaurantes se pueden ver hombres y mujeres fumando en narguile La imagen que uno suele tener de la zona es de calor abrumador. Pero no es el caso del Líbano. El clima mediterráneo se extiende a lo largo de su costa, con inviernos apacibles y veranos calurosos. En Beirut la temperatura promedio suele ser de 14° en invierno y de 30° en verano. En la región montañosa es mucho más fresco, y en invierno la nieve cubre sus picos más elevados. Es más, cuenta con una decena de pistas de esquí ubicadas a una altitud máxima de 2.465 metros. La temporada de deportes invernales es de diciembre a abril, época en que suele saturarse de visitantes.
La gastronomía es una de las más exquisitas del mundo árabe. Si uno visita por primera vez el Líbano tiene que sentarse en un restaurante -cualquiera, porque todos son de una cuidadosa elaboración culinaria- y pedir el “Mezza”. Se trata de una serie de platillos de la variada cocina árabe, uno más rico que el otro. Y no hay que olvidarse del “humus”, el famoso puré de garbanzos que en Líbano se convierte en una especie de crema irresistible.
Hay cuatro productos que no hay que dejar de probar. La fruta, de un sabor único y natural, el aceite de oliva realmente virgen, el chocolate -se pide “chocolat”, en francés- y los vinos, una producción de sabores complejos.
El país cuenta con una enorme y amplia capacidad hotelera, construida durante años de turismo. En la cúspide están los más renombrados. El Four Seasons, el Phoenicia o Le Gray, en el centro de Beirut, ofrecen una suite de lujo a 200 o 300 dólares la noche. Pero también encuentra el Sofitel Beirut Le Gabriel a 150, y otros de buen nivel a precios más bajos inclusive. En Beirut hay varios hostel, chicos y bien manejados, y hasta departamentos amueblados.
Caminar por la costanera, en Beirut, es uno de los paseos más agradables. De día un sol intenso, de noche un cielo pleno de constelaciones que contrasta con las luces de las viviendas en los cerros. Corniche Beirut, la avenida marítima peatonal, es ideal para caminar y ver la variada población libanesa.
Pese a ser netamente turístico, los retenes y controles militares se multiplican por toda la capital, con bloques de cemento de protección. La gente está habituada, les resulta natural.
Lugares imperdibles
Hay recorridos turísticos que no se pueden dejar de citar:
Biblos. Es uno de los lugares emblemáticos del Líbano y un sitio arqueológico que se remonta a 7.000 años atrás. Se la considera la cuna del alfabeto. De hecho fue la primera ciudad fenicia dedicada a la comercialización de papiros. De allí su nombre. Está ubicada a unos 30 km de Beirut, sobre una colina con una vista espectacular frente al mar. Hay restos de la Edad de Piedra, de Bronce, templos cananeos y fenicios, y un imponente castillo de los Cruzados construido en el siglo VIII. En su recorrido interno, por un sendero de tierra y piedra, uno se va topando con maravillas como objetos del neolítico, un anfiteatro romano y sarcófagos fenicios desparramados al pie de enormes columnas. La vista desde la torre del castillo es deslumbrante.
Muy cerca de la entrada del castillo hay una pequeña y hermosa Mezquita de la época Otomana. Descendiendo hay un viejo mercado, adaptado al turismo, con callejuelas angostas repletas de pubs y restaurantes donde se puede comer o tomar algo a buen precio. De noche está repleto de jóvenes y turistas.
Baalbek. Para llegar a la maravillosa Baalbek hay que atravesar el valle de la Bekaa, el reino de las frutas y las viñas. Está a unos 80 km de la capital libanesa, entre las dos cadenas montañosas. Los fenicios levantaron allí un santuario dedicado al dios Baal. Luego, durante décadas, estuvo bajo el dominio griego. Pero fue Alejandro Magno, cuando se dirigía a conquistar Damasco, que la convirtió en Heliópolis, la ciudad del sol. Augusto, el emperador romano construyó allí un enorme templo dedicado a Júpiter en el 60 antes de Cristo: mide 88 metros de largo y 48 de ancho, y esta apoyado sobre 54 monumentales columnas. Debajo hay un museo con los detalles de los distintos períodos que componen este yacimiento arqueológico, uno de los más importantes de Oriente Medio y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Las Grutas de Yeita. Es un espectáculo sobrenatural. La belleza y la singularidad de estas cuevas, formadas por erosiones de millones de años, implica una experiencia emocional. Se encuentran a 18 km al norte de Beirut, a una profundidad de 1750 metros. Está compuesta por dos grutas, una superior, seca, y otra inferior con un lago subterráneo que se recorre en bote. El agua verde, el silencio y los pliegues de la piedra caliza resultan abrumador para cualquier visitante. Estalagmitas y estalactitas -que tienen la rareza de encontrarse juntas- conforman un escenario fantástico. Los espeleólogos Libaneses continúan investigando este asombroso sistema subterráneo que se extiende por 9 km.
Sidón. Está ubicada a unos 45 kilómetros al sur de Beirut y es una de los yacimientos arqueológicos más importantes de esta franja oriental. Fue un gran puerto comercial fenicio, que luego conquistaron asirios, babilonios, egipcios, griegos y romanos. Antiguamente fue un templo dedicado a Melkart, la versión fenicia de Hércules. Hoy lo que queda es una ciudad medieval, con murallas y calles estrechas, pasajes con arcos, calles en desnivel, mercados y mezquitas. Sobre el mar se destaca el famoso Palacio de Sidón o Castillo del Mar de Sidón, ubicado en una pequeña isla. Fue construido por los cruzados en 1228, sobre paredes exteriores de columnas romanas. Se conecta con el continente a través de una vereda de 80 metros.
Deir el Qamar. A unos 50 kilómetros al sudeste de Beirut se encuentra el pueblo de Deir el Qamar, famoso por su magnífico Palacio de Beit ed-Dine, una obra maestra de la arquitectura libanesa del siglo XIX. Fue levantado durante el reinado del emir Bechir II Chehab, entre 1788 y 1818. Lo primero que uno ve son las imponentes puertas de mármol, para luego pasar al inmenso patio con fuentes de piedra ocre y arcadas geométricamente dispuestas. El típico balcón “mandaloun”, que sobresale de la fachada, y los ventanales con vidrios coloridos completan el cuadro de esta edificación arábica que se convirtió en una de las mayores atracciones del Líbano. Desde hace unos años volvió a convertirse en residencia veraniega del presidente de la República.
El bosque de cedros. En la misma ruta que lleva a Deir el Qamar, pero subiendo a unos 1800 metros, se puede acceder al fascinante bosque de cedros de El Líbano, un ecosistema protegido como reserva nacional. Esta longeva conífera es el símbolo que el país lleva en su bandera. No es para menos, con la historia que tiene. Fue explotado por los Fenicios que vendían la madera a Egipto, quienes lo utilizaban para construir sus navíos y sarcófagos. También usaban el aceito de cedro para las famosas momificaciones. El Rey Salomón también recurrió a ellos para construir su templo en Jerusalén. La explotación masiva durante siglos redujo sensiblemente la población de cedros. Por eso ahora están tratando de protegerlos. Recorrer los entramados de este bosque.
Baños romanos. Están en pleno centro de Beirut, cerca de la Catedral de San Jorge. Fueron descubiertos en 1968, pero recién terminaron las excavaciones en 1997. Es un impresionante sistema diseñado por los romanos para sus generales y familias de la nobleza. La calefacción con hipocausto está intacta, con miles de bóvedas de ladrillo que demuestran la excelencia de la ingeniería de la época.
Mezquita Al-Omari. Fue construida en el siglo XII como iglesia de San Juan Bautista y Patrón de los Cruzados. Pero en 1291, cuando los mamelucos invadieron la región, la convirtieron en mezquita. La bóveda del techo es admirable, lomismo que las artísticas inscripciones de los muros y la jaula de oro que rodea el altar.
Museo Nacional de Beirut. Exhibe un recorrido de 5.000 años con incalculables tesoros de la época prehistórica hasta el siglo XIX. El edificio, de 1930, ya es en sí mismo un elemento imponente. Allí se halla una de las mejores colecciones de arte fenicio del mundo. Uno de los elementos más atractivos es el sacófago de mármol artísticamente esculpido de Ahiram, el rey fenicio de Biblos, que data de mil años antes de Cristo. En su tapa lleva grabada una inscripción donde alude al castigo y desgracias que caerían sobre cualquier persona que profanase el sepulcro.