La llegada al poder de Michel Aoun finaliza un periodo de dos años de crisis institucional en el gobierno libanés.
El octogenario militar asume la primera magistratura libanesa y reactiva el pacto de coexistencia confesional, creado con los acuerdos de Taef en 1989, que reservan la presidencia a un cristiano maronita y los puestos de Primer ministro y de Presidente del parlamento a un sunita y a un chíita.
Como lo mencionó durante su campaña, Aoun prevé que el millón y medio de refugiados sirios que se encuentran en el Líbano regresen a sus hogares en cuanto las circunstancias del vecino país lo permitan. Con esa decisión espera restablecer el equilibrio confesional que funda al Estado y que se encuentra alterado por el ingreso masivo de sunitas sirios que escaparon de la guerra. La modernización de las fuerzas armadas, la lucha contra la corrupción y la reactivación de unos servicios públicos colapsados por la súbita multiplicación de la población también hicieron parte de la campaña.
Aoun se propone mantener al Líbano al margen de la guerra en Siria, pero las alianzas que estableció para asegurar su victoria podrían entorpecer ese objetivo.
Para ocupar el puesto de presidente, Aoun debió establecer un acuerdo con los diputados de Hezbollah, el partido radical que apoya a Bashar Al-Ásad y que pretende mantener su presencia política y militar en Siria para favorecer la expansión del chiismo en la región. En política externa, Hezbollah persigue objetivos completamente diferentes a los de Aoun. Por eso, a pesar de que la elección le devuelve al gobierno parte de la solidez institucional que le hacía falta, vale la pena preguntarse cuánto tiempo pasará antes de que estallen las divergencias entre el nuevo presidente y sus aliados parlamentarios…
Por lo pronto, limitar la acción política de Hezbollah en Siria parece ser una de las mejores fórmulas para evitar que la guerra se extienda al Líbano. El anuncio del nombramiento de Saad Hariri como Primer ministro parece ir en esta dirección, pues se trata de un sunita próximo a Arabia Saudita, que puede garantizar la continuidad del flujo de inversiones de Riyad a Beirut, y al mismo tiempo, limitar la influencia que Irán posee en el parlamento libanés gracias a los vínculos que posee con Hezbollah.
Aunque aún es difícil establecer cualquier pronóstico sobre el futuro inmediato, el éxito del proyecto de Aoun puede residir en respetar el pacto de coexistencia confesional y observar a la política libanesa como un epicentro más del conflicto entre Irán y Arabia Saudita. Lo uno y lo otro le permitirían mantenerse en el poder respetando los acuerdos con Hezbollah y gozar de un margen de maniobra frente a Teherán.
La preparación de las próximas elecciones parlamentarias, previstas para el 2017, transformará el equilibrio que se estableció entre las diferentes facciones y que le permitió a Aoun llegar al poder. Con el resultado se verá si el nuevo gobierno nació con fechas de caducidad, o si por el contrario, Aoun puede garantizar la continuidad de su proyecto político, echar a andar un Estado libanés disminuido e impedir que la guerra penetre en sus fronteras.