Llamado por el rey Salomón “país de la leche y la miel”, como sinónimo de abundancia y paz, el atormentado Líbano recobra el aliento después de varios días tras el sofocón político causado por la renuncia a distancia, ya que fue anunciada desde Arabia Saudita, del primer ministro Saad Hariri, decisión que retrotrajo al país al pasado reciente, en específico hasta fines del año pasado, hasta cuando permaneció durante 33 meses en el vacío político a falta de un gabinete.
También conocido como el país de los cedros, árbol tan reverenciado por los libaneses que está en el centro de su bandera, El Líbano es asimismo una caja de resonancia de los conflictos en el Medio Oriente, entendiendo como tal un espacio que trasciende los países árabes, hasta Afganistán e incluso más allá.
La renuncia de Hariri hizo sonar alarmas en varios países, cuyos portavoces no dudaron en ligarla a la situación en los teatros de operaciones iraquí y sobre todo sirio, en el cual las fuerzas de Estado Islámico están al borde de la extinción como factor militar por la ofensiva del Ejército fiel al presidente constitucional Bashar Al Assad y sus aliados de Rusia, Irán y la milicia del Partido de Dios libanés, conocido como Hizbullah, su nombre en lengua árabe.
Es justo la presencia de diputados del Hizbula libanés en el parlamento y el gobierno la causa aducida por Hariri para dimitir al cargo después de casi un año de ejercerlo, razón de peso para las sospechas de que el primer ministro renunciante cedió a presiones de Arabia Saudita.
El reino saudita, acompañado por Emiratos Arabes Unidos, Bahrein y Egipto, está enzarzado en una disputa de fondo con Irán por la preeminencia en el golfo Pérsico uno de cuyos ecos es el diferendo con Qatar, su vecino del sureste, cuyo gobierno optó, como mecanismo de defensa, estrechar relaciones con Teherán y Turquía, países que también, basándose en razones históricas y económicas aspiran a protagonizar los acontecimientos en esa región.
Es preciso tener en cuenta que el Hizbula, cuyo nacimiento data de la época de la guerra civil libanesa, está integrado por musulmanes chiítas y es en gran medida una hechura de Irán y la única milicia a la cual se le permitió conservar sus armas, tras los acuerdos adoptados por el parlamento libanés en la ciudad saudita de Taif en 1989, para poner fin al conflicto civil que devastó a ese pequeño país.
La causa de esa excepción fue que el Partido de Dios era la única entidad que combatía con las armas la ocupación de lo que Israel llamaba su Franja de Seguridad, mil kilómetros cuadrados del sur de El Líbano, de la cual rehusaba marcharse a pesar de una Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, y como tal vinculante, que demandaba su salida.
Desde entonces la agrupación, cuya presencia en el gabinete y el parlamento adujo Hariri como base para su dimisión, ha cobrado mayor preeminencia política y es hoy uno de los factores de poder en el diminuto Líbano.
Es preciso tener en cuenta que el clan Hariri lo debe todo a Arabia Saudita: su fundador, Rafik, era un oscuro contable oriundo de la ciudad sureña libanesa de Saida cuando emigró al reino donde eclosionaron sus talentos y contribuyó a la expansión y diversificación de los intereses económicos globales de la monarquía, que le agradeció sus esfuerzos convirtiéndolo en un hombre inmensamente rico.
Sin embargo, su enorme fortuna no lo inmunizó contra la muerte, que encontró en Beirut, la capital libanesa en 1995, en un oscuro atentado del que se responsabilizó sin pruebas a Hizbula y Siria.
Presiones o consenso, nunca se sabrá si Hariri estuvo secuestrado o permanecía de grado en Riad, lo cierto ahora es que estuvo varios días en Arabia Saudita hasta que la semana pasada regresó a El Líbano, con una escala en Francia, donde se entrevistó con el presidente Emmanuel Macron, cuyo papel en esta saga, dicho sea como mera hipótesis, parece haber sido de mediador.
De vuelta en el país de sus ancestros, el primer ministro sostuvo una entrevista con el presidente Michel Aoun, otro actor preponderante en la guerra civil libanesa, y decidió posponer su dimisión sin fijar una fecha fija, algo que resulta significativo.
En resumen, el asunto sigue teniendo demasiadas aristas oscuras como para definirlo en pocas palabras.
Pero, puesto en la disyuntiva, el comentarista optaría por viajar al reino de la especulación pura y adelantar que la cuestión permanecerá en la escena política y El Líbano, con sus apenas 10 mil kilómetros cuadrados de extensión territorial, conservará su característica de caja de resonancia de los conflictos que proliferan en Levante, ese polvorín político inagotable.