Por primera vez, los diplomáticos occidentales y los partidos libaneses locales coinciden en predecir un período de estabilidad en el Líbano, independientemente de los incendios que arden en toda la región. El país sería un refugio de paz en un mundo lleno de tormentas.
La afirmación no deja de sorprender cuando recordamos que el Líbano ha vivido entre 1975 y 1990 15 años de guerra llenos de muchos episodios de una rara violencia y en la indiferencia casi general del mundo árabe y occidental. ¿Porque en 2017 la estabilidad del Líbano se habría convertido en una necesidad para la comunidad internacional a tal punto de aceptar la elección del general Michel Aoun a la presidencia, pese a su perfil independista y soberanista que se tradujo, una vez más, en su reciénte discurso ante el cuerpo diplomático?
La explicación que se da más a menudo reposa en el hecho de que cada guerra, incluso la interna, tiene objetivos regionales e internacionales. La guerra de los 15 años en el Líbano tenía, entre otros objetivos, llegar a los acuerdos de Camp David y Oslo. Hoy en día, encender el fuego en el Líbano no sirve los intereses de nadie. Todo lo contrario, añadiría un nuevo problema a los que ya existen.
Siria está desgarrada por una guerra donde apenas se comienza a percibir el objetivo, mientras que Irak tiene mucho que hacer en su ofensiva contra ISIS con el fin de lograr un equilibrio entre los EE.UU. e Irán, que ahora son los dos países más influyentes en su suelo. Del mismo modo, los países del Golfo, que han apoyado activamente a los movimientos populares de la Primavera Árabe en muchos países de la región, terminan con la amenaza del fundamentalismo islámico contra su propia población, como deben afrontar guerras interminables (como el de Yemen), o movimientos imposibles de sofocar (como en Bahrein).
En este difícil contexto, la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, está lejos de simplificar la situación. Al contrario, añade otras nuevas incógnitas a las que ya existen, a la espera de que se aclare la política exterior del nuevo inquilino de la Casa Blanca, precisamente respecto a los países del Golfo e Irán, porque ninguna parte está interesada en suscitar enfrentamientos en el Líbano, quien debe seguir siendo por ahora un terreno tranquilo para acoger a los sirios desplazados, y, tal vez, para sentar las bases de un nuevo diálogo, sea tímido o indirecta, entre los países del Golfo e Irán. Por lo tanto, a pesar de la extrema tensión entre Riad y Teherán, el Líbano sigue acogiendo un diálogo entre la Corriente Futuro y Hezbolá, mientras que los representantes de ambas formaciones son socios en el parlamento y el gobierno. Aunque no son aliadas, es obvio que han decidido adoptar los discursos calmados, poniendo voluntariamente de lado los temas conflictivos.
Todos estos datos indican que el Líbano goza de una excelente oportunidad para relanzar sus instituciones y consolidar su armonia interna, con una perspectiva de desarrollo económico. Sin embargo, según un alto funcionario libanés, no hay que bañarse mucho de optimismo y dejar pasar esta oportunidad. Porque, según él, los factores de una posible desestabilización existen siempre y podrán ser usados si el contexto regional e internacional llegara a cambiarse. Para este funcionario, no hay que olvidar a Israel y a sus proyectos permanentes para desestabilizar el Líbano; por un lado debilitar a Hezbolá, y por el otro destruir el modelo libanés de convivencia que es lo opuesto al israelí del estado judío. Por el momento, los israelíes se contentan con observar lo que está sucediendo en Siria, y se sienten satisfechos del debilitamiento del régimen de Damasco y de la implicación de Hezbollah en los combates a su lado.
Al mismo tiempo, los israelíes no pierden de vista el hecho de que en lugar de ser debilitado por los combates en Siria, Hezbolá, en cambio, se ha reforzado en número y armas, y por consiguiente constituye una amenaza cada vez más seria para la seguridad de Israel. Por lo tanto, de acuerdo con el precitado responsable, los israelíes están tratando de cultivar relaciones cada vez más estrechas con las facciones de la oposición siria, precisamente aquellas instaladas en el sur de Siria y alrededor de Damasco, para poder utilizarlas en el momento preciso. Este momento podría llegar cuando la solución política en siria será puesta en los carriles.
Los descontentos y los descartados de esta solución podrían decidir entonces expresando su frustración en el Líbano por medio de sus células sembradas en los grupos de desplazados sirios asentados en el país.
Estas células podrían crear problemas de seguridad que tendrían el objetivo final retar a Hezbolá y arrastrarlo a un conflicto sectario que puede asestarle un duro golpe a su imagen como movimiento de resistencia, sumergiendo el Líbano en un nuevo ciclo de violencia. Las premisas de este conflicto podrían comenzar por el debilitamiento del papel de la FPNUL en el Líbano, sabiendo que cada año, delegaciones militares de países que tienen contingentes en la fuerza de la ONU hacen una evaluación de su actividad. Es evidente, por ejemplo, que la fuerza naval de la FPNUL a menudo molesta a los israelíes porque reporta la lista de las violaciones al cese de hostilidades firmado en agosto de 2006, el cual se materializó con la aprobación de la resolución 1701. A lo largo de los años, los israelíes bien podrían sugerir una reducción de los efectivos de la FPNUL para facilitar la desestabilización, lejos de toda supervisión internacional y a través de sus múltiples instrumentos…
Que estos temores sean justificados o no, el mensaje real a los libaneses es que no deben perder esta oportunidad que se les ofrece por conflictos de intereses contradictorios. En cambio, deben aprovechar este período para consolidar la armonia interna y sentar las bases de un sistema justo que garantice una estabilidad política.