El terrorismo islamista se han ensañado con los religiosos católicos volcados en Oriente Medio

EL PECADO DE SER CRISTIANOS

Los yihadistas del Estado Islámico, de Al Qaeda y algunos milicianos rebeldes sirios de otros grupos han actuado contra numerosos sacerdotes

, Beirut. Corresponsal

 

Cuando hace unos meses visité Homs, el padre Michel Daud, culto y políglota, me mostró la sepultura en la que, en el jardín de su convento jesuita, fue enterrado el sacerdote holandés Franz Van Dergust, que había vivido 50 años enSiria. Fue asesinado en el mismo jardín por un terroristapoco antes de que la ciudad fuese tomada por las tropas gubernamentales. En su Libro de horas de Beirut, Amador Vega lo cita al cruzarse con él en una anterior estancia en la Universidad Saint Joseph de la capital libanesa. Los yihadistas del Estado Islámico, de Al Qaeda, pero también milicianos rebeldes sirios de otros grupos se han ensañado con religiosos cristianos, católicos, de nacionalidades europeas, que se habían volcado en sus misiones en estos países de Levante. El destacado sacerdote jesuita italiano Paolo Dall’Oglio, símbolo del diálogo islamocristiano en Siria, ha sido otra de sus víctimas. Aunque fue secuestrado hace tiempo, no se sabe si todavía está vivo.

Son numerosos los sacerdotes de Iraq, de Siria, que han muerto en manos de los bárbaros del islam, como el padre François Murad, decapitado por el Frente Al Nusra el 25 de junio del 2013, ante hombres y niños que aplaudían su martirio con un cuchillo de cocina, gritando Alahu Akbar. Anteriormente otros eclesiásticos, como el arzobispo caldeo católico de Mosul. Farach Ramu, fueron raptados y su suerte es desconocida. El obispo grecoortodoxo de Alepo, hermano del patriarca de esta misma iglesia con sede en Damasco, Bulos Yazigi, y el metropolita siriaco ortodoxo Yohan Ibrahim, fueron también secuestrados en el 2013. Trece religiosas del convento de Maalula pudieron ser liberadas aquel mismo año en la frontera de Líbano.

No sólo sacerdotes y monjas han sufrido muerte, persecución y secuestro, sino que centenares de habitantes cristianos de Siria, de Egipto fueron raptados por los yihadistas en estos años de desbordante terror. En junio del 2015, el asesinato colectivo de 21 cristianos de nacionalidad egipcia que trabajaban en Libia por bárbaros del Estado Islámico provocó el bombardeo del ejército egipcio contra una de sus bases en aquella descoyuntada república norteafricana. Todos pertenecían a la milenaria iglesia copta ortodoxa de Egipto. Entonces fue la primera vez que se llevaron a cabo estos asesinatos colectivos fuera de Siria y de Iraq, mas allá de las fronteras de los pueblos del Bilad el Sham (país de Sham, el antiguo nombre de Siria).

“Hoy nos encontramos al sur de Roma –amenazaba uno de sus portavoces en un vídeo– sobre la tierra musulmana libia, y juramos por Dios que teñiremos de sangre el Mediterráneo”. El Papa declaró: “Los egipcios fueron asesinados por el solo hecho de ser cristianos”.

La agonía de los cristianos árabes se agravó con las guerras estadounidenses contra Iraq en 1991 y en el 2003, su contienda intestina, y ahora con la devastación y el éxodo de la población siria. Es un hecho indiscutible que durante el régimen de Sadam Husein esta minoría vivió en un ambiente de seguridad, como también ha ocurrido en Siria bajo el régimen de los Asad. Hace tres años entrevisté en Beirut a monseñor Georges Casmusa, que había sido arzobispo siriaco católico en Mosul y que salió sano y salvo de un secuestro en aquella ciudad de la antigua Mesopotamia. “Todos los estadounidenses y los europeos –me decía– preservan ante todo sus intereses estratégicos y económicos. Nos venden sus armas, promueven los conflictos de Oriente Medio y cuando estos países son destruidos nos venden su tecnología. Los neoconservadores estadounidenses y los extremistas de Israel aspiran a balcanizar Oriente Medio en pequeños países o estados confesionales. Occidente, si quiere ayudar a los cristianos, no debe fomentar su éxodo sino actuar para que puedan continuar viviendo en su tierra”.

Los cristianos de Iraq, de Siria, viven en estas tierras desde hace 2.000 años, desde los días de la primera evangelización. Su presencia es muy anterior a la del islam. Siempre participaron en la vida política y cultural de estos pueblos y han servido de puente entre Oriente y Occidente. Como ha ocurrido en otros países de la región y en otras épocas históricas, los cristianos, vinculados por sus creencias con Occidente y por su comunión cultural con Oriente, han sufrido los bandazos de la política colonial. Para los extremistas del islam, defensores de la yihad, es fácil asimilarlos o por lo menos considerarlos simpatizantes del Occidente cristiano, de la potencia estadounidense, aliados de los cruzados. En los pueblos de Oriente, en medio de su pluralismo cultural amenazado, los cristianos han sido su sal.